Hace tiempo. Yo estaba asomado al balcón del Palacio de la Prensa de Madrid, por Callao, donde tenía su sede la Federación de Periodistas (FAPE), porque estábamos convocados para decidir si para ejercer el periodismo la única vía era pasar por la Universidad. El curso 1971-72 los antiguos estudios de la Escuela de Periodismo pasaron a universitarios en la Facultad de Ciencias de la Información con lo que se abría la igualdad de oportunidades: para ser periodista no tenías que depender de amistades cercanas a periódicos o emisoras de radio --si venías del pueblo nunca tendrías esa posibilidad-- sino de tus estudios, a los que podían acceder quienes quisieran estudiar (todavía no andaban en boga los másteres tipo Cifuentes). Pero con unas facultades de Ciencias de la Información que, al menos en estos momentos, dan el título de licenciados a unos cuatro mil jóvenes españoles cada año, el intrusismo --como el cifuentismo-- comenzó a florecer y a los estudiantes que se habían gastado su tiempo y dinero en estudiar para periodistas les quitaban su puesto de trabajo los mejor posicionados en relaciones sociales. El periodista se maneja en la escritura, como el poeta, el escritor, el investigador, el gestor cultural o el novelista. Pero el auténtico lleva sellado en las costillas de su aprendizaje un título muy ajeno al cifuentismo, una forma de acceder a los títulos universitarios por la cara. Ser poeta, escritor, gestor cultural o novelista, por ejemplo, no necesita de acreditación porque el que lo es, lo es, sin diplomas. Y se le ve. Como le ocurre a Muñoz Molina o al Nobel Vargas Llosa, escritores asiduos de periódicos que no han mancillado el título de periodista para llevárselo a su terreno. El pasado fin de semana los periodistas españoles hemos celebrado en Salamanca, una ciudad patrimonio de la humanidad cuya universidad, la más antigua de Europa junto a las de Bolonia y Oxford, cumple ochocientos años, la 77 asamblea general. Estar en el Aula de Grados y el Auditorio San Juan Pablo II de la Ponti o en la Hospedería Fonseca de la Pública fue la comprobación de que el título universitario de periodista es una postura decente en este mundo de másteres tipo Cifuentes en el que muchos --escritores, poetas, novelistas, gestores culturales-- exhiben en su currículum el de periodista, como si lo de la universidad se comprara y se vendiera o no costara nada. Bajé a la Gran Vía, frente al cine Callao, porque en la manifestación estudiantil de protesta en contra de permitir que el título universitario no fuera necesario para ejercer la profesión vi a Julio Anguita Parrado, que en 2003 murió ejerciendo de periodista en la guerra de Irak. «Manolo, no se os ocurra quitarle valor a los estudios universitarios de periodismo», me dijo. La FAPE acaba de reivindicarlos en la Universidad de Salamanca, que tiene ochocientos años de sabiduría.