Puede que desde que teclee esta columna hasta su publicación la gimnasta Katelyn Ohashi haya conseguido otros cuantos dieces por sus rutinas de suelo. Ohashi es fácilmente reconocible: pesa cuarenta kilos de músculo puro y sonríe sabiendo algo que tú no sabes. Hemos aprendido que lo que sabe es humillar a la gravedad durante dos minutos, y es algo glorioso de ver.

No hay talento sin precio. De hecho, va aumentando rápidamente sus exigencias conforme germina y crece. En una gimnasta, el talento para volar va rompiendo los tendones, el cartílago, las clavículas. Va convirtiendo los huesos en arena, desencajando las articulaciones. La gimnasta tortura su talento hasta que vomita lo que sabe, tal vez mintiendo, tal vez diciendo la verdad, confesando para que el dolor termine.

--¿No lo hacemos todos?

Al publicarse la puntuación perfecta de Ohashi el público enloquece. Reconoce inmediatamente la justicia, y la belleza de lo justo es que se acepta hasta cuando perjudica, salvo podredumbre de corazón. Pero, ¿qué vale más? ¿Una borrachera de justicia o de indignación?

El milagro más alucinante en un campeonato de gimnasia, creo, es el ejercicio de Olga Korbut en barras asimétricas, en las olimpiadas de 1972. Tenía diecisiete años. Y en serio, la tienen que ver. A los siete segundos de ejercicio, se pone de pie brevemente en la barra, da una voltereta hacia atrás, se proyecta hacia la barra inferior y vuelve flotando a la superior, más rápido que la vista. Es magnífico. Un comentarista pregunta al otro: «¿Se ha hecho esto antes por una chica?». Y el otro dice sobrecogido: «¡Nunca! ¡Nunca! ¡Por ningún humano, que yo sepa!». Volvió a utilizar el Korbut Flip en 1976, y hoy no puede hacerse porque está prohibido. Korbut estaba viendo más allá de las reglas, más allá de la perfección. No lleva al público a un lugar seguro. Lo lleva a donde no sabía que quería ir. Genia máxima. Los espectadores sabemos que hemos llegado a un sitio feliz, a tierra nueva, y estamos deseando contarlo y descubrirlo. Queremos que los jueces nos den la razón. Y los jueces, que piensan en las normas y no en los milagros, puntúan a Olga Korbut con un 9,8. El público no aplaudió. Empezó a manar odio.

¿Vale más un premio Nobel o que los adolescentes se tatúen tus frases en las costillas? El estilo es una técnica, y las técnicas nos obligan a posturas incómodas para mejorar nuestra naturaleza. Es un encantamiento, y puede dejarnos atrapados en nuestros ilusionismos, convencidos de que son verdad.

El estilo. Hay un grado de eficiencia que se consigue con la razón, y ciertos destinos, ciertas exploraciones, que o se hacen con estilo o no se hacen. El estilo es la inteligencia, a menudo muy poco razonable (para desesperación de los que confunden estas categorías).

Leo que Ohashi, veintiún años, extraña mutación de pantera que se rompió mientras la domaban para las olimpiadas, por fin sonríe.

¿Vale más un oro o la gloria? Definitivamente, ella sabe algo.

* Abogado