Dice el aforismo que las fidelidades de un político deberían clasificarse en este orden: país, partido y él mismo. Alfredo Pérez Rubalcaba sería un ejemplo de político que fue fiel a esta máxima. Encarnación de lo que se considera un hombre de Estado al servicio del país, durante dos décadas Rubalcaba encadenó ministerios (Educación, Presidencia, Interior, Defensa) y la vicepresidencia del Gobierno, se fajó en los debates (y luchas) internas del PSOE y asumió el liderazgo de su partido en un momento, lo más crudo de la crisis económica, en que el proyecto socialista estaba condenado a recibir un duro varapalo en las urnas. Las palabras con las que Zarzuela lo despidió en las redes sociales («Le recordaremos y le agradeceremos siempre su permanente y profunda visión institucional y su alto sentido del Estado en su vida política de servicio a España») resumen la trayectoria de un político al que ayer homenajeaban incluso algunos que desde la derecha lo convirtieron en objeto de descalificaciones.

Si hubiera que elegir tan solo uno de los servicios al país de Rubalcaba, sin duda habría que referirse a su contribución decisiva a la desaparición de la banda terrorista ETA. En un contexto político incendiario, y sin ninguna colaboración por parte de la oposición, Rubalcaba pilotó un proceso político muy delicado sujeto a enormes presiones. Si hoy España es un país libre de la lacra terrorista etarra es en una medida muy importante gracias a su trabajo, en el que junto a una acción policial implacable, que no retrocedió en ningún momento, hubo también acciones encaminadas a crear un contexto adecuado en la sociedad vasca. De la misma forma, Rubalcaba fue el encargado de trazar el plan de la abdicación de Juan Carlos I, un proceso inédito en la historia moderna española que se saldó con muy buena nota.

Suele suceder que en el momento de la muerte se dejan de lado las diferencias para ensalzar las grandes virtudes de los políticos. Ni en su propio partido ni en la arena política Rubalcaba evitó el cuerpo a cuerpo con los adversarios. No siempre apostó a caballo ganador, aunque, por ejemplo, con José Luis Rodríguez Zapatero supo sobreponerse a la competición interna para trabajar con él en su Gobierno pese a que no lo apoyó en el 35º congreso. Un ejemplo de su sentido de la responsabilidad, una virtud que tristemente no abunda en el panorama político actual. Al recordar a Rubalcaba en la hora de su muerte, resulta inevitable lamentar que haya tan pocos políticos de su estirpe, su temple y su habilidad negociadora en momentos tan convulsos como los actuales.