En mi juventud decidí cambiar de instituto. Me había atrancado, pero estaba seguro que me debía un lugar más cosmopolita. Entonces cursé el COU nocturno en el Góngora para poder ir a currar al mercata. Y acerté. Allí conocí a los profesores Eloy, de Arte; a Aguayo, de Francés; a José Cobos, a Curro el conserje y cómo no, a mi guapísima compañera Pilar García. Todos entrañables. También a la familia de la cafetería, que quitaba el sentío. Fue mi año estudiantil más bonito. Del anterior instituto guardaba preciosos recuerdos, pero estaba frente a mi casa y eso me desmotivaba; hay que estar orgulloso de dónde vienes y más aún si es un barrio obrero, pero tampoco fanatizarte con lo tuyo porque entonces cierras la puerta a un mundo que te está esperando en la edad idónea para hacer la vida más chula. En el Góngora salía los viernes a las once de la noche, y el centro, pegadito. Nada más salir, estaban en la puerta mis primos para irnos al Magazino, que era un pub que había en el callejón que va de la Plaza Emilio Luque a la Trinidad. ¡Anda que no era flamenco el dueño ni nada! Pero sobre todo en el Góngora hallé una amistad tan bella como el ruido del mar en calma. Los amigos se aceptan como son, pero si son maravillosos, es como premio doble. Y ese amigo es Juan Pérez Cubillo, profesor de Literatura y Lengua. Nuestra conexión fue brutal: las letras, la historia, Abderramán, Lorca, Camarón…Me hice uña y carne con este hombre, no muy alto de estatura, pero altísimo de miras. Juan admiraba, más que a los alumnos inteligentes, a los que mostraban curiosidad. Ahí se desbocaba por enseñar, con tanta dulzura que bien parecía un padre que quiere ayudar a su hijo para que no repita. Después, como ambos amábamos el flamenco, compartimos copa, perdón, medio, escuchando en las Beatillas. Miren, yo no sé por qué está pasando -pero lo está- que el nivel cultural está bajando a pasos agigantados paradójicamente cuando hay más recursos para enseñar. Pues les digo una cosa: si los sistemas educativos y sobre todo los alumnos se apoyan solo en herramientas sin corazón como internet y no se acercan y motivan a los profesores de carne y hueso, vamos de culo, porque no hay recurso más efectivo para aprender y, por tanto, triunfar en la vida después, que un profesor amigo. Es una pena que la amistad entre profes y alumnos esté en decadencia por culpa del móvil, que ocupa casi todo el tiempo de los jóvenes en los institutos, haciendo así el mundo mucho más pequeño que si no pudieran salir de su barrio. Juan Pérez Cubillo fue mi amigo y mi profesor y él amplió mi mundo infinitamente más que el móvil más moderno. Así que hoy le echo un piropo muy flamenco: ¡amigo Juan, ole tú!.

* Abogado