Entre hoy y mañana, con 11.000 puntos de donación repartidos por todo el territorio de la geografía nacional, se celebra la 5ª gran recogida de alimentos organizada por la Federación de Bancos de Alimentos que representa a 56 entidades en todas las provincias españolas, y que el año pasado, con la movilización de 130.000 voluntarios, recaudó 22 millones de kilos de alimentos, que sirvieron de ayuda a 1,5 millones de personas.

Estos datos nos sugieren tres reflexiones de urgencia. De un lado, la necesidad básica de alimentos del 22 por ciento de la población nacional que se encuentra en riesgo de exclusión social, una pobreza enquistada que repunta a nivel mundial, que no participa del Black Friday ni del Cyber Monday sino de un salario social de subsistencia que reclama para sobrevivir y es justo reconocer.

La segunda consideración es que debemos de reeducar en el consumo de alimentos a la población de los países más desarrollados, donde paradójicamente uno de los grandes problemas de salud es la obesidad. Resulta dramáticamente incomprensible que en la actualidad 800 millones de personas pasen hambre según la FAO, a la vez que un tercio de la producción mundial de alimentos se desperdicia, el equivalente a 1.600 millones de toneladas anuales. Según los datos oficiales, el 41 % se pierden en el ámbito doméstico de los países occidentales, el 39% se desechan en la fabricación y el 15% en la hostelería. Por ejemplo, tiramos hasta el 17% del pan y las verduras que compramos, hasta un total de 80 kilos de comida al año por familia, en un afán de acaparar lo que no necesitamos. Realmente no falta producción de alimentos, sino un mejor reparto y criterios de distribución de estos.

Y la tercera llamada es la solidaridad de miles de personas que nos acercan a la justicia, conscientes de que tras la conducta de cada uno depende el destino de todos. Compromiso de quienes donan con su voluntariado parte de su tiempo en el afán de servir a quienes lo necesitan, desde la gratuidad más absoluta y el convencimiento de que se tienen menos necesidades cuanto más se sienten las ajenas. O la ayuda de quienes conscientes de sus posibilidades ofrecen algunos kilos de alimentos a través del supermercado del barrio o el colegio de los hijos. Todo ello desde el anonimato, desde la discreción de los pequeños gestos que engrandecen la fe en el ser humano.

Quizás no esté en nuestra mano cambiar problemas endémicos de nuestra sociedad, pero sí realizar pequeños gestos que iluminen la oscuridad.

* Abogado