El francés Frédéric Dard (1921-2000) ha pasado a la historia de la literatura en minúsculas gracias a las ciento setenta y cinco novelas que consagró a las andanzas del comisario Antoine Saint-Antonio entre finales de los años cuarenta y principios de los noventa y que se vendieron como rosquillas en su país natal.

Se trataba de unos thrillers humorísticos de difícil traducción que solían encontrarse en quioscos y estaciones de tren --como las novelas de Guy de Cars, apodado Guy des Gares por ese motivo-- y que eran bastante entretenidos, aunque el ritmo de publicación de su autor no daba para muchos remilgos literarios. Entre los personajes secundarios brillaba con luz propia el ayudante de San Antonio, el catastrófico Berurier, que era a su jefe lo que el inefable Cattarella al comisario Silvio Montalbano de Andrea Camilleri.

Dard escribió, en total, más de trescientas novelas, y algunas de ellas mostraban cierta ambición literaria. Es el caso de El montacargas, que ha publicado entre nosotros Siruela y que es un notable ejemplo de lo que Dard podría haber dado de sí de no pasarse la vida con el comisario San Antonio y el merluzo de Berurier. El montacargas recuerda poderosamente a las novelas psicológicas de Georges Simenon y harían bien en no perdérsela los devotos del célebre escritor belga, cuyo comisario Maigret no deja de ser una versión mucho más digna de las gamberradas de San Antonio.

La acción transcurre en París durante una sola noche. El protagonista, recién salido de la cárcel, se obsesiona con una mujer que conoce en la calle y se deja arrastrar por ella a una peripecia turbia y con tintes de pesadilla que no va a salirle nada a cuenta. Es Nochebuena, el hombre se agobia en casa de su madre muerta, sale a beber y a que le dé el aire y topa con una mujer en la que atisba una posible redención. Lamentablemente, las cosas no saldrán según lo previsto: hay un muerto por en medio y todo parece indicar que se lo van a adjudicar a él.

El montacargas es una historia sobre el amor imposible y la desesperación inherente, sobre las ilusiones que nos hacemos y que no nos conducen a ninguna parte, y también un thriller a lo Simenon de mucho fuste. Esta novela excelente demuestra que el señor Dard servía para mucho más que para redactar las aventuras cómico-policíacas del comisario San Antonio. Apareció en 1961 y fue llevada al cine.

* Periodista