Ante el espectacular trabajo que se está realizando para sacar al pequeño Julen de la trampa en la que cayó, no siento sino orgullo por la gente que se ha volcado, por la empatia que ha generado, todo enfocado a salvar una vida. Y es que salvar una vida es lo más importante. Ahí no valen las economías ni los peros. Veo toda esa lucha diaria y la comparo con la desidia, el abandono y el horror al que se enfrentan a diario otros muchos pequeños y pequeñas Julen en el Mediterráneo. Para estos y sus padres no hay la menor compasión. No es que no se haga nada por salvarlos, es que se les impide a otros que lo hagan. El Aquarius ante las presiones de Italia perdió su bandera. El Open Arms y el Aita Mari en España no obtienen permiso de Fomento para zarpar. Su tripulación, personas tan comprometidas -o más- que las que están intentado salvar a Julen, no son considerados héroes por la población, sino que muchas veces se les trata como a delincuentes. Ellos viven la angustia de saber que cada hora en dique seco cuesta vidas. Vidas que ellos bien conocen. Pequeños Julen de ojos oscuros y rasgados que se hunden en las frías aguas del Mediterráneo ante no solo nuestra pasividad, sino en muchos casos, la complacencia de alguna gente. Que Salvini felicite a Pedro Sánchez por impedir a estos barcos salvar a personas, debería como mínimo hacerle reflexionar. Salvar una vida es lo primero, lo más importante. Bien lo saben aquellas personas que llevan dos semanas luchando contra el tiempo en el caso de Julen. Salvar a estos pequeños Julen de las voraces aguas del Mediterráneo, tiene que ser lo primero. Lo demás es un genocidio. Habrá quién diga -seguro- que estos otros pequeños Julen no son españoles y por lo tanto no nos deben preocupar igual. Yo los conmino a que se lo digan a ellos, mientras los miran a los ojos en tanto se hunden en las profundidades del mar. Lástima que allí no haya cámaras que les graben.