Hay citas célebres, que se malean o sacralizan con el paso del tiempo, pero que, a pesar de sus batanes, permanecen inmarcesibles. Si los herederos de Julio César cobrasen derechos de autor cada vez que se mienta la frasecita del paso del Rubicón, podrían llevar una vida más que acomodada. Y hay otras citas íntimas, labradas en el anecdotario personal, que fuera de su contexto se desvanecen, pero que tienen la arcana fuerza de la complicidad. Obviamente, la fuente de estas citas emana de los sitios más insospechados.

Una de esas referencias propias surge en un libro que me regalaron los Magos de Oriente a principios de los setenta. Una Historia ilustrada de las Cruzadas. En una de sus viñetas, irrumpe un cruzado coronado, vestido con una cota de malla, con un pronunciado escorzo dando mandobles con su espada, rodeado de enemigos que empuñan escudos y cimitarras: «El error de Luis me ha costado mi reino», pronuncia en el bocadillo la inminente víctima. Se trata de Raimundo de Poitiers, que había aconsejado a Luis VII actuar juntos dada la fuerza del enemigo. Sin embargo, la obsesión del rey francés es reconquistar los Santos Lugares, emprendiendo el camino de Jerusalén y dejando a Raimundo solo en la desguarnecida plaza de Antioquía.

La transcripción del error de Luis no es solo atribuible a Rajoy, que cambió la continuación de la viñeta por un tuit. Más bien contemplo a un compungido dirigente de Ciudadanos, o su esforzada reina de Oriente asediada por soberanistas allende la orilla del Ebro. Trocando, cómo no, el error de Luis por el error de Albert. En una pirueta lampedusiana, los socialistas les han birlado a los naranjas el oreo de un poder apulgarado. Hace una miaja, el partido de Rivera tocaba la gloria demoscópica, ansiosos de que las urnas materializasen ese viraje forzado por el hartazgo. Hoy se encuentran con la paradoja de recuperar el terreno perdido apoyándose en la radicalización, algo tan incongruente como darle a Jordi Hurtado el nuevo papel de Terminator. Ese rol de sensatez lo ha querido asumir este socialismo de Little Bighorn. Si algo tiene de Frankenstein este Gobierno de Sánchez es el símil de la resurrección laica, cuando apenas un año atrás el flamante presidente desmigajaba su futuro en carreteras secundarias. Eso y, como Mary Shelley con su criatura, se ha pergeñado este Gabinete en un pre verano frío y extraño.

La formalización de los nuevos tiempos rola hacia la cuestión catalana. La distensión con los separatistas se afronta en un terreno minado, más aún con su endémica querencia de coger también el pie cuando les ofreces la mano --ahí está la nueva cadena de las capitales vascas, una aberración incluso para algunos abertzales, más bien por copiar a los catalanes--. El íter de los presos preventivos es una competencia judicial, pero Batet ya manda mensajes sobre la idoneidad del acercamiento de Junqueras y compañía. La clave de este juego está en expurgar distensión y debilidad. Expender ambas a granel encanijaría el Estado de Derecho.

Desde la instintiva arrogancia del asedio, Carmen Calvo ya ha mostrado la vocación de continuidad del Ejecutivo. Su veteranía le permite venir con las lecciones aprendidas. Presiento que no habrá nueva portada de Ministras en el Vogue, como Soraya no volverá a emular lejanísimamente a Kim Bassinger en una sesión fotográfica. Raimundo de Poitiers no estaba equivocado, aunque no todos los errores cuestan un Reino.

* Abogado