Qué solos se quedan los muertos. Después de su muerte, los familiares y amigos se van olvidando de ellos, son como una lágrima que se desvanece bajo la lluvia. Cuando murió mi mujer yo iba con frecuencia a su tumba, tenía coche y está un poco lejos. No había nadie en el cementerio nunca, y ahora después de tanto tiempo, cuando me lleva mi nieto Jesús aún el camposanto sigue estando solo, completamente solo. Pero había un tiempo en primavera que se llenaba de seres vivos y alegres: las golondrinas. Con su presencia y su especie de canto alegraban y los fallecidos notaban que no estaban solos y olvidados. Las golondrinas están mal vistas por algunos empleados y dueños de este negocio de la muerte, porque ensucian el suelo y les dan trabajo para limpiarlo. Para estos es mejor eliminarlas. Hace años han puesto donde hacen sus nidos o pueden hacerlos, unos alambres electrificados, que las dañan y ahuyentan. No se dan cuenta de que para volver a su casa de Córdoba hacen miles de kilómetros. No se dan cuenta de la labor insecticida de estas aves combatiendo plagas y evitándonos de molestos insectos que tanto abundan. A los hombres solo nos importa el negocio. El peor enemigo, no solo de las golondrinas, sino de todo animal viviente es el ser humano. Puse una queja en la oficina, una señorita me atendió muy amable, pero me miraba como si tuviera delante a un bicho raro. El resultado fue que colocaron más alambres electrificados que aún siguen allí.