El imperio de las finanzas o el imperio del mal. Para muchos franceses esa parece ser la elección. Entre Macron, político de centro liberal, antiguo banquero de Rothschild, sin más soporte orgánico que un pequeño partido hecho a medida, dudas razonables sobre su ideología y europeísta convencido; y Le Pen, disfrazada de azote de la casta, pero que apenas oculta su racismo y nacionalismo acérrimo. Ultraderecha, por mucho que se vista de seda. Él es la incertidumbre. Ella, las sombras. Y dudando ante ellos, una legión de ciudadanos con ganas de darle una patada a un tablero de juego que no supo defender los derechos de los peones. La democracia debería ser el peso incuestionable que decante la balanza a favor de Macron. También la posibilidad de construir una Europa fuerte que defienda los derechos de los ciudadanos y no del poder financiero, que plante cara a los abusos fiscales de las grandes multinacionales y apueste por la creación de empleo digno. ¿Será esa la Europa de Macron? Pese a las dudas, democracia y Europa deberían ser los valores a preservar. El problema es el desgaste que han sufrido ambos conceptos. ¿Cuántos son los ciudadanos que los han arrojado al gran saco de la decepción? Si el número es relevante, la abstención marcará el resultado y beneficiará a Le Pen. Son muchos los errores que nos han llevado hasta aquí. El principal, creer que el bienestar de los ciudadanos era moneda de cambio.

* Periodista