Hace tiempo que no pienso. No tengo tiempo. Me di cuenta el otro día, así, sin pensar. Bueno, algo sí que pienso, pero lo típico: «Dios, se me ven las canas, tengo que ir a la peluquería!, otra vez se me ha olvidado tirar la basura, ¿se me verá el culo con esta falda?»... No creo que eso cuente en términos de actividad neuronal, salvo para sobrecargar la escasa masa gris que debe quedarme ahí arriba, entre tanta basura cibernética acumulada. Eso no es pensar, me refiero a lo otro, a pensar pensar. Me di cuenta porque alguien me hizo un comentario: «Te digo esto para que no pienses...» Y, cual autómata, contesté, dando la vuelta a esa frase de Descartes que nos grabaron a todos en el instituto: «Yo no pienso, luego no existo». A lo que me respondieron: «Pero sí que existes». La respuesta me resultó inquietante. Y es que es verdad, se puede existir y no pensar. No hay más que mirar alrededor para verlo. Las conversaciones intrascendentes están a la orden del día. El fútbol y los temas que proponen los móviles cada minuto, en base al algoritmo que adivina qué noticias queremos leer cada uno, nos valen para ir tirando. Pero hablar hablar, de lo gordo, de quiénes somos, hacia dónde vamos, de qué puñetas estamos haciendo con nuestra vida. De eso no. Eso da mucha pereza.

Con lo bien que se está pasando las fotos que escupe el Instagram o mirando el Facebook para ver qué ha comido el tío ese... ¿cómo se llamaba? Sí, hombre, el hermano de tu cuñado. En fin. O viendo pelis. Nunca he visto tantas pelis y nunca me han dejado menos huella. Me lo trago todo. Hay que amortizar el Netflix como sea.

No es de extrañar que la Filosofía desaparezca de los planes de estudio, denostada como asignatura plasta. Ni que los padres castiguen a sus hijos mandándolos al «rincón de pensar». Uuuhhh: «Noo, por favooor, noooo, a pensar nooooo!!!». Es lo que hay. Pensar, en lugar de repetir teorías sobre la corrupción, Cataluña o la Iglesia, fabricar ideas propias, aunque las ideas sean una auténtico mojón (con perdón) ya no mola. Estuvo de moda en la Transición. Todos los profes del insti te lo repetían. Los míos eran muy progres. Nos pedían que pensáramos por nosotros mismos, que no compráramos las ideas de nadie y eso nos hacía rebeldes intentado explorar los límites. Quizás por eso ahora esas frases suenen a abuelo cebolleta y están demodé. Aquella cantinela se ha sustituido por el bip bip del móvil, que retumba en la cabeza de los adolescentes, para que no tengan que sufrir pensando, aunque a cambio haya ecoooo en sus cabezas. Uf, creo que me estoy mareando. Llevo un rato dándole al caletre y me empiezo a sentir mal. Además, se me acumulan los mensajes del whatssap no leídos y eso me da ansiedad. Mejor lo dejo.