La aparición de Podemos en el escenario político pudiera ser uno de los acontecimientos más bellos de la historia de España, de la misma naturaleza --y no exagero-- que la toma de la Bastilla por el pueblo francés. Este partido, que nació de un movimiento espontáneo popular conocido como «Los Indignados» no solo representa los valores de la izquierda tradicional encarnados en el PSOE o IU sino más cosas que tienen que ver con el hartazgo e impotencia de la gente; si así no fuera, estos dos partidos tradicionales mencionados hubieran bastado para representar a la izquierda estatal. La peculiaridad de Podemos es que atacaba la hipocresía de un sistema reinante que se autodenominaba democrático pero que tenía a la izquierda encorsetada --cuando no comprada-- por la sociedad de consumo. El problema social que se planteó y que hizo subir a Podemos como la espuma, es que los políticos de toda índole no solo ganaban mucha pasta de sueldo, sino que también había innumerables casos de corrupción derivados de su posición de responsabilidad sobre el dinero público, cuando, paralelamente, una cruel crisis golpeaba a las familias que no solo no podían hacer frente a sus hipotecas, sino que llegaban a fin de mes sin nada en el frigorífico. Entonces, este partido, para más gloria, es acaudillado por un señor de estética austera y revolucionaria que además cuenta con una oratoria preciosa. Es decir, la persona ideal que por parecer tan ideal todos hemos idealizado. Sin embargo, cuando se echó de novia a la líder de IU Tania Sánchez, a mí ya me hizo dudar de que fuera esa especie de Gandhi sencillamente porque aquello no era discreto. Pero es que luego cuando se echó de novia a otra líder, a Irene Montero, confirmó mi sospecha de cara dura. Sinceramente eso no encajaba con una persona que solo piensa en los problemas de los demás porque al igual que los políticos corruptos utilizaban su cargo para robar, este aprovechaba su cargo para algo que no tenía nada que ver con el hambre o la falta de trabajo, es decir, para ligar. Es cierto que ligar o incluso amar no es robar, pero creo que ello no tiene nada de revolucionario y menos aun cuando las parejas afortunadas no pertenecen a las bases sino a las cúpulas que aumentan poder. Pero es que ahora, este señor y esta señora se compran la típica casa del ricachón a través de la nómina alta que les ha proporcionado el sueldo del alto cargo que utilizaban para criticar los privilegios de una clase política podrida, entre otras cosas, por tener sueldazos. Más allá de opinar o juzgar sobre la compra de la casa, lo que más reprocho a Irene y Pablo es que por un capricho personal se estén cargando -y lo digo por segunda vez en esta columna- al partido político más bello de la historia de España.

* Abogado