No por esperada resulta menos inquietante la dimisión de Theresa May y la lucha por el poder sin concesiones abierta en el seno del Partido Conservador para ocupar su puesto al frente del Gobierno británico, lo que es tanto como decir para pilotar el brexit hasta su consumación. Sometida a la presión sin tregua del ala dura de los tories, quizá May haya engrosado la lista de primeros ministros menos resolutivos, pero acaso nadie en su puesto haya tenido que sufrir tantas andanadas de fuego amigo. Lo peor para la resolución del brexit es que los nombres que se barajan para suceder a May no ofrecen ninguna garantía para una salida ordenada de la Unión Europea. Ninguno de los aspirantes parece interesado en un divorcio amistoso y todos ellos fueron muy activos a la hora de evitar la aprobación por la Cámara de los Comunes del acuerdo cerrado por May en Bruselas, con Boris Johnson, el gran favorito para suceder a la premier, al frente del griterío. Se prevé una mayor radicalización en las semanas que precederán al relevo en Downing Street porque si para May era preferible «un brexit sin acuerdo a un mal acuerdo», para quienes se fajarán en la pelea, todo acuerdo es sinónimo de sumisión y la inercia del momento excluye las opciones menos estridentes. Solo si saltan las alarmas en la City cabe esperar que de aquí al 31 de octubre se imponga alguna forma de salida sin daños irreparables para la UE y el Reino Unido.