Recuerdo algo que un maestro, excelente fabulador, nos contaba en el curso de ingreso al bachiller, éramos alumnos de entre diez y once años. Imaginaba él, que vio truncada su carrera y menguada su capacidad para las mates por una parálisis, que nosotros veríamos cosas extraordinarias a tenor de la imparable velocidad de la ciencia. Cuando comenzaba diciendo «yo no lo veré, pero vosotros sí...» ya sabíamos que habría hueco para la fantasía, pausa para los problemas y que estábamos liberados de salir a la palestra. Entre los muchos sueños que el maestro describía con entusiasmo recuerdo uno que jamás he olvidado: Yo no lo veré..., pero vosotros o vuestros hijos muy pronto irán a la escuela volando. De la mochilacóptero colgada a vuestras espaldas saldrán unas hélices que se activarán tras un impulso de propulsión y por el aire os desplazaréis tan ricamente, jugando y viendo la calle desde lo alto. Qué lejos estaba mi antiguo maestro soñador de lo que el futuro traería. Qué diría si viera hoy las ciudades llenas de patinetes eléctricos, ruedas como zancos y otros vehículos deslizantes que han complicado el tráfico sobremanera y han saturado las aceras de cacharros pedestres con amenazador peligro para caminantes. Espabilados fabricantes, aliados con los supuestos emprendedores locales, han burlado todas las normas, la educación vial y la regularización de los aparcamientos. Tanta exigencia para circular en moto, permiso, casco, ITV y los consiguientes impuestos municipales, tan larga lucha para conseguir el carril bici y ahora, de la noche a la mañana, ese carril costeado con dinero público para el pedaleo se ha llenado de insensatos circulando a todo trapo encima de un juguete. Por supuesto van sin casco, no pagan impuesto alguno, no necesitan ningún permiso ni control del vehículo y no contribuyen en nada por la utilización de la calzada. Los alcaldes, mariacomplejados por naturaleza y celosos siempre de que se les escape un voto, contemplan está tropelía, esta usurpación del terreno público, esta invasión de las aceras, este arrinconamiento de los peatones, esta barra libre de aparcar en cualquier sitio, con una tibieza inexplicable y un apocamiento incomprensible en un regidor serio y comprometido con el bienestar de sus vecinos y con el tan cacareado desarrollo sostenible. Y eso sin hablar de las motocicletas chinas diseminadas por la ciudad que han convertido a los transeúntes en hormigas atómicas que nos asaltan como mosquitos. Ojalá y nuestro paisano el fiscal de Tráfico Bartolomé Vargas ponga pies en pared antes de que el parlanchín Pere Navarro, director general de Tráfico, venga con la lista de víctimas y daños colaterales, que no serán ni pocos ni baratos. Celebramos la llegada del hombre a la luna hace cincuenta años pero sin dejar de arrastrar los zapatos. Feliz verano.

* Periodista