Estar en el momento adecuado. También funciona con las películas. Siempre ha sido así. Siempre ha habido películas buenas que han sido ignoradas en su momento por tocar temas que entonces no interesaban, o interesaban a muy pocos. Y siempre ha habido películas menos buenas (incluso malas) que han tenido repercusión (e incluso han sido consideradas mejores de lo que eran) por llegar en el momento perfecto, por satisfacer las necesidades del espectador de su tiempo.

En relación a estas últimas, no me refiero a esos filmes concebidos con astucia y prisas aprovechando la coyuntura, a rebufo de un clima (de preocupación, de denuncia) concreto y evidente. Salvo cuando son muy buenas, las propuestas oportunistas me provocan rechazo. Me refiero a esas obras sin agenda oculta y concebidas desde la honestidad que tienen la suerte de llegar con un ‘timing’ perfecto, que tienen el don de llenar un vacío y cuya repercusión y consideración se deben tanto a sus virtudes como a factores externos. A veces se debe más a lo segundo. Hace unos días vi ‘The Tale’ (en HBO), de Jennifer Fox, filme autobiográfico sobre un caso de abuso infantil que Jordan Hoffman bautizó en The Guardian como «la madre de todas las películas #MeToo». La historia real de la directora me heló el alma, Laura Dern y el guión (la formulación del testimonio) me parecieron sublimes, y sólo puedo aplaudir el valor, la claridad y la potencia con los que Fox recrea su terrible historia. Sin embargo, aun gustándome y teniendo claro que es una buena película, no me pareció la obra maestra que había leído que era. No me preocupó eso. Me preocupó, de ahí este artículo, sentirme incómoda, incluso injusta, encontrándole defectos a un filme valioso por razones más que obvias. ¿Tenemos demasiado en cuenta la coyuntura al valorar las películas? ¿Hemos caído en la tentación de bautizarlas como necesarias y a veces aplaudirlas solo por eso? ¿Les perdonamos los errores al sentir valiosos su mensaje o su simple existencia?

* Periodista