Un martes de febrero, a seis grados de temperatura, a las 10.30 de la noche ¿puede alguien salir de un cine de verano? Excepcionalmente sí. A esa hora, una Córdoba de cierta edad --nada señalada e influida por culturetas de ideología que cotiza a la Seguridad Social--, seguidores del Córdoba CF que el domingo pasado lloraron en el Arcángel la derrota de una ilusión que necesita el triunfo, salieron el martes a esa hora de la Filmoteca de Andalucía de ver la película-documental Picadillo y cines, que retrata una parte de su vida para evitar que la memoria se pierda. Desde su entrada la película refleja, en blanco y negro, el alma de la ciudad: una mujer camina por la Torre de la Calahorra y el Puente Romano cuando esta vía era atravesada por mulos cargados de hato mientras espera ver a su amor, al parecer, en la cárcel, y se echa a dormir en una de las puertas de la Mezquita (nombrada en la película como tal). Luego, sobre el mapa de la ciudad, se señalan los cines de verano de la historia de Córdoba donde la antigua plaza de toros y la calle Jesús María, del casco histórico a Las Tendillas, tienen especial significado. La película, según su sinopsis oficial, «es un documento audiovisual sobre historia oral de los cines de verano de Córdoba, en el que se recogen testimonios de tres generaciones que han hecho del cine de verano un hecho identitario de nuestra ciudad». Piensas. Y te das cuenta de que la ciudad que no se rige por el «me gusta» o por el fenómeno viral de rápida difusión es un conjunto de personas que todavía sostienen parte de su historia en los cines de verano, un estilo de comunicarte con el mundo con las luces apagadas, cuando cruzas de la algarabía de la vida a la soledad de hora y media en otro mundo, incluso con picadillo. A las diez y media de la noche del martes seguramente muchos de los espectadores de Picadillo y cines habían aliviado parte de esa soledad --que ahora ha convertido Inglaterra en un ministerio-- al tiempo que recordaron que aquellas noches de cines de verano les proporcionaron unos efectos para nada escritos en la normalidad de una vida sin excitaciones no programadas. La Córdoba de Picadillo y cines es esa concepción de una ciudad emparentada con San Rafael, el Puente Romano, la Mezquita, la Ribera y el estadio del Arcángel que se ha encargado de dejar constancia en su historia de la memoria de las noches de verano proyectadas sobre una pantalla donde salían Sophia Loren y Paul Newman. Que Martín Cañuelo, un empresario de cine con otras miras, nacido en Los Pedroches, ha asumido como una obligación cultural que prescinde de principios culturetas y asimila las dos almas de Córdoba.