Pedro Sánchez ha decidido firmar tablas en la partida política que ha venido jugando con Pablo Iglesias, después de buscar con ahínco la victoria durante semanas de tedio. Ahora tratará de ir al debate de Investidura con un acuerdo lo más cerrado posible con Unidas Podemos que incluya programa de gobierno y la incorporación de podemitas a la Mesa del Consejo de Ministros.

Intentó lo que llamó un gobierno de cooperación de todas las maneras imaginables, al tiempo que buscó la abstención de Ciudadanos, y PP incluso, por vericuetos imposibles. En algún momento dio la impresión de que trataba hacer ver a todo el mundo que la práctica totalidad de las fuerzas políticas parlamentarias le boicoteaban para impedir que formara gobierno, forzándole así a convocar nuevas elecciones en octubre. Y abrió las encuestas del CIS a todos para que se conociera que le iría muy bien en unos nuevos comicios.

¿Pero quién cree al CIS? ¿quién le da la vuelta argumento -que se convierte en cemento- de que España no puede continuar mucho más tiempo flotando en la interinidad sin que acaben por agrietársele los contrafuertes?; ¿qué ventaja va a conseguir Pedro Sánchez si desaira la ilusión de millón y medio de votantes adicionales que le llegaron el 26-A?; ¿qué coartada tiene para convencer al votante de Podemos de que Pablo Iglesias es, además, un zorrocotroco ingrato?, ¿quién le ha dicho que el voto de la derecha no crece?

El posado de la Ejecutiva Federal socialista del pasado lunes día 8, al cabo, resultó ser la escenificación de que siempre apoyó en bloque a su secretario general en una estrategia que ya se venía abajo. Al día siguiente pasaron página y de inmediato se inicia la escritura de un nuevo relato corto que incorporar a ese grueso volumen que describe las mil formas de malestar que se agarran a la barriga de la izquierda cuando se ve obligada a compartir el poder.

Es más probable que los medios de comunicación se centren en el baile de nombres: cuántos, quiénes, en qué carteras, con qué competencias. Pero lo más sustancioso se encontrará en los acuerdos programáticos que logren. Lo probable es que el PSOE trate de asegurarse el apoyo total de Unidas Podemos en lo que llamamos políticas de Estado: internacional (sobre todo Europa), seguridad, política territorial, con Cataluña en el centro, respeto a la Corona..., a cambio de comprometer pasos ambiciosos en políticas sociales que irán desde salario mínimo y renta básica, hasta reforma laboral y mayor dureza fiscal. Y no podrá sofocar ese anti-Ibex más visceral que razonable de la formación izquierdista.

La ley de la gravedad, que también aparece en ocasiones en el mundo de la política, sitúa las cosas en un estadio que parece más natural: hay que arar con las mulas que se tienen. La Europa que explora una nueva colaboración entre socialdemócratas y liberales no cuaja en España, a pesar de la insistencia de Pedro Sánchez, pues Rivera decidió quedarse en el trío de Colón, buscando la hegemonía en la derecha, antes que contribuir a impulsar un nuevo reformismo en España junto con los socialistas.

Así que, si Sánchez supera la investidura con el voto de UP y otros, entraremos en otra etapa de demoledores ataques de la derecha; porque no van a dar valor alguno a que, formando parte del gobierno, UP entra en el cajón de la responsabilidad. Y es que la asimilación institucional de Unidas Podemos aún es difícil, porque no está claro que Pablo Iglesias continúe siendo un antisistema. En cualquier caso, lo más dañino para el país es mantenerlo en la presente deriva.

Horas después de que la Ejecutiva socialista comunicara su rechazo a la entrada de UP en el Gobierno y todo parecía definitivo, un buen conocedor de la personalidad política de Pedro Sánchez dijo al periodista: «Tras intentar someter a Susana Díaz durante meses y de mil maneras, cuando al cabo concluía en que era imposible, bajaba a Sevilla y aparecía en público dándole un beso entre sonrisas».

Ese es el presidente: tenacidad hasta el límite para alcanzar sus objetivos.

* Periodista