La Constitución dice que todos debemos ser iguales ante la ley. Pues yo aprovecho para conmemorarla en honor de los que se diferencian para bien. Y en este caso aludo a los «payos gitaneros», esa minoría que siempre ha ayudado a los gitanos a superar tanta adversidad. Miren, hoy sigue abundando ese discurso interesado y comodón que propugna que el racismo hacia los gitanos no es tal, sino que hablamos de clasismo. Vamos, que si una familia gitana tiene un estatus formativo elevado o tiene dinero, no hay racismo contra ella; no es así.

Los que nos ningunean no son clasistas sino racistas y por eso cuanto más esfuerzo haga el calé en progresar más intentara el racista cuestionarlo para mal. Con los gitanos hay racismo aunque el sujeto tenga tres carreras universitarias. Lo que ocurre, es que, a diferencia del gitano marginal, el racismo hacia el gitano normalizado no es descarado sino casi subliminal, lo que significa una exclusión igual de reprochable pero más disimulada que sesga la igualdad de oportunidades a la gitana que aspira a un trabajo de alta cualificación como a la que quiere fregar escaleras; a ambas se las subestimará sin conocerlas o aun conociendo el buen hacer de las mismas. De los comentarios frívolos fuera de lugar que un gitano tiene que aguantar estoicamente todos los días en una reunión cualquiera y que aluden a tópicos negativos sobre la etnia, mejor no hablamos. Pero sí que mando un mensaje a todos estos que quieren burlarse de nosotros bajo la apariencia de la broma: nos callamos porque nos da vergüenza ajena dar un corte brusco y romper el ambiente de cordialidad, es decir, por educados. Pero aun siendo frivolidades no son tonterías porque esto también forma parte de un todo anti gitano; el que hace pasar por broma un insulto lo que busca es practicar su racismo como el que no quiere la cosa, pero es un racista y de los peores.

Por todo esto me preguntaba cómo era posible que hayamos conseguido seguir siendo quienes somos. Y encontré la razón principal: por nosotros mismos pero no menos por esas payas y esos payos gitaneros que siempre han estado ahí y además de toda ideología. En la Edad Media sufrimos mucho, pero siempre hubo quien nos echó un capote. Cuando los gitanos llegamos en el siglo XV, a pesar de que la mayoría nos vio con desconfianza, fuimos protegidos por nobles poderosos como el rey de Aragón Alfonso El Magnánimo o el condestable de Jaén, Don Lucas de Iranzo. En 1609 se terminó de expulsar a judíos y moriscos pero los gitanos, aunque hubo muchos varones condenados en galeras, no fuimos arrancados de esta tierra porque miembros influyentes de la pastoral aceptaron conversiones masivas sin pruebas de fidelidad. Aun siendo los siglos oscuros una época maldita para nosotros, en 1629 los gitanos de Alcalá la Real fueron protegidos por la corona porque un noble les dio la oportunidad de mostrar la valía de sus picas en Flandes. Se habla mucho del terrible holocausto que sufrieron los gitanos de Europa, pero lo cierto es que, a pesar de las simpatías del franquismo con los nazis, gracias a los payos gitaneros que había con poder en aquella dictadura, no se mandó ni un solo español a los campos de concentración por el hecho de ser gitano.

La admiración de Felipe González hacia los morenos es ampliamente conocida. Y también la de Zapatero y Carmen Calvo que inauguraron el Instituto de Cultura Gitana como medida inédita por el avance étnico fuera del Ministerio de Asuntos Sociales. Francisco Camps, que fue presidente de la Comunidad Valenciana, se implicó como pocos en aras de la discriminación positiva destinado muchos fondos a la normalización del pueblo gitano y por ello fue aclamado por las asociaciones gitanas al grito de «¡tío Paco, tío Paco!». Teresa Rodríguez se emocionó en un discurso electoral piropeándonos de españoles como el que más. Yo mismo, me traslado con nostalgia y cariño a los ochenta y rezo por un matrimonio anciano, vecino de mi bloque, llamados Aurora y Rafael, que siempre dejaban a mis cinco hermanos su bombona cuando se nos acababa el butano. No puedo mencionar a todos los payos gitaneros porque no habría hojas en este periódico (que, dicho sea de paso, también es uno de ellos). De verdad, es que nada más que en la mirada se nota que hay gente que nos ve normales y corrientes porque están hechos de una materia preciosa llamada inteligencia.

Hoy, a las gitanas y a los gitanos se nos sigue subestimando vengamos de barrio pobre como de una ciudad universitaria. Pero afortunadamente en todas las épocas ha habido, hay y habrá una legión, una especie de quinta columna, que nos ama y contraataca a los racistas. No pretendo trasladar una imagen de victimización porque yo la victimización me la como con papas. Pero eso no quita ser agradecido y por eso el día de esta Constitución bella como una paya gitanera que es, se lo dedico a los y las que han luchado por nuestra igualdad; ya sea ante la ley, ante la universidad, ante la prisión o ante la panadería. Dice nuestra Norma Suprema que los españoles son iguales ante la ley sin que pueda prevalecer condición alguna por razón de sexo, raza, opinión o religión u otra circunstancia análoga. Así deber ser. Pero fuera de esos supuestos no todos somos iguales sencillamente porque hay personas con mucha más calidad humana que otras.

* Abogado