Curiosa forma de relacionarse la de los políticos de este país. Especialmente, la que está protagonizando la derecha, la de viejo y la de nuevo cuño, que han pasado de una relación cordial y cómplice (no olvidemos que en la campaña de abril los populares ofrecían ministerios a los representantes de Vox), a tirarse los trastos vía redes sociales.

Esquizofrénico que, en algo más de seis meses, se haya ido del «¿para qué andar pisándonos la manguera entre nosotros?», que le lanzaba Casado a Abascal tras las primeras elecciones en abril, dónde todavía Vox era vista como una fuerza afín y para nada rival, a dirigirse a ellos en términos del tipo «ultraderecha, populismo de derechas o patriotas de pacotilla». Responsables: la última cita electoral en la que Vox se constituyó como la tercera fuerza política en España (a pocos puntos del PP), y la composición de una nueva mesa del Congreso, encargada de decidir el presupuesto de esta institución y las líneas de trabajo parlamentario, en definitiva, de cortar el bacalao político. ¿Dónde quedó el hermanamiento PP-Vox? En agua de borrajas, y todo por un fallo de cálculo de los populares, que no aceptaron la propuesta socialista de vetar a Vox, por creer que «no se podía aplicar un cordón sanitario a un partido constitucionalista» y pensar que era posible que los voxistas dieran el sí quiero a su propuesta de compartir con Ciudadanos representación en la mesa. La negativa de Vox a Cs (previsible porque este había pedido al PSOE excluir a los voxistas), se ha traducido en la pérdida de un representante de la derecha, y en el consiguiente careo descarnado entre Vox y PP.

Nada para celebrar, salvo que por primera vez, la dividida sea la derecha y no la izquierda.

* Periodista y profesora de universidad