Málaga, que lo tiene todo, carece de títulos de Patrimonio de la Humanidad de la Unesco. La Alcazaba no es para tanto, y la vida cultural de esta capital andaluza es bastante reciente, aunque impresionante. Los museos, las actividades culturales, son un genial enfoque del desarrollo que la actual vicepresidenta del Gobierno, Carmen Calvo, impulsó con el Museo Picasso en el 2003, y que el Ayuntamiento de Francisco de la Torre ha potenciado con acuerdos exitosos: Museo Carmen Thyssen, Pompidou, Museo Ruso... Pero no hay títulos de la Unesco, con la excepción de los Dólmenes de Antequera, reconocidos en el 2017.

A falta de un patrimonio histórico que figure en la lista mundial, los malagueños, que a todo están atentos, están promoviendo que el espeto se convierta en Patrimonio Inmaterial de la Humanidad. Las sardinas son bastante materiales, incluso huelen que da gusto, pero, antes y después de ser comidas, se convierten en algo tan inmaterial como el recuerdo de la infancia, de la playa y del chiringuito: llevan consigo toda la simbología de la Costa del Sol. Se supone que el título no sería tanto para las conocidas Manolitas como para la forma tradicional de prepararlas en la barca, pinchadas en una aguja y hechas a la brasa bajo el sol y la brisa marina. Si esta semana hubieran recogido firmas por La Carihuela, seguro que hubieran conseguido muchas (la mía por supuesto) entre los entusiastas de este aperitivo al que le pasa como al salmorejo, que es barato aunque lo cobren a precio de oro en relación con su coste.

El espeto, patrimonio de la humanidad. También hay quien dice que el salmorejo, incluido en la declaración Unesco de la Dieta Mediterránea, debería tener su propio título, y no faltan defensores del rabo de toro. A este paso, la organización mundial va a convertirse en un catálogo gastronómico, que ya incluye la pizza napolitana y en el que falta el cochinillo de Segovia, pero todo se andará. Habrá a quien no le guste, pero desde aquí quiero dejar claramente sentada la admiración incondicional hacia el espeto malagueño (¿y la fritura de pescado dónde la dejamos?), esas sardinas pinchadas y cocinadas como ya lo harían los humanos del Neolítico. La campaña publicitaria dice que los espetos son «espetaculares», y desde aquí damos fe, pues cosa más rica no hay en verano a pie de playa. Eso sí, esta tradición culinaria no necesita de protección de la Unesco mientras estemos los cordobeses acampando en verano por la Costa del Sol. Nosotros solitos somos capaces de mantenerla viva.