Alzo la voz como alzan los cirios los nazarenos que procesionan desde el Domingo de Ramos al Domingo de Resurrección. Hay mucho que decir y mucho que encontrar en nuestra Semana Santa. Y no son solo los nazarenos que procesionan en su estación de penitencia, somos los miles de cordobeses que sentimos también esa explosión de júbilo en el Domingo de Ramos, que crece y muere en nuestros corazones en la efímera existencia de una semana. La Semana Santa, para muchos de los que acudimos a contemplar las cofradías, es una fuente de la que bebe la fe que sustentamos. La contemplación de nuestros pasos pone de relieve la capacidad de estremecerse, de sentir y de emocionarse que, bajo la rutina del día a día, todos llevamos dentro. Solo desde el gozo se puede comprender el repeluco que sentimos cuando contemplamos cualquier paso al son de una marcha, marcando el tiempo y suspendiéndolo por momentos en instantes detenidos. Para un cordobés es difícil entender la Semana Santa sin música. Es la música la que refuerza los sentimientos de pasión, perdón y esperanza. Es cerrar los ojos y sentir los latidos del corazón al ritmo de los acordes. Por eso no tiene sentido que, cuando las cofradías, al punto de culminar su estación de penitencia, en el patio de los naranjos, entre azahares, guarden silencio. El mecer los pasos de palio, el caminar de los pasos de Cristo, tienen un ritmo concreto. La música ayuda a elevar, tanto en los cofrades como en los fieles, nuestro espíritu. Y en ese momento culminante, en el Patio de los Naranjos, en el silencio de los fieles, antes de hacer la entrada en nuestra Catedral, en donde se da sentido al transcurrir de los nazarenos, cuando la música adquiere todo su sentido. Nuestra Semana Santa lo demanda, los fieles cordobeses lo suplicamos, el mundo cofrade lo pide, que no se nos prive de esa música, que completa y llena nuestras percepciones. Para que todo el conjunto tenga sentido y unidad. Para que todos, cofradías y fieles estemos unidos en el mismo sentir.