Entrar en el patio y estudio de la Casa Romero de Torres en este mayo propiedad de Córdoba es como indagar en la historia de una ciudad cuya personalidad tiene que ver mucho con este ilustre apellido. Es mediodía y el sol que vivifica los patios brilla sobre todos los desahogos de este tipo de jardines, abigarrados de macetas, hierbas, estatuas, naranjos, rejas, bancos, pinturas, baldosas, piedras y mil recuerdos de Julio Romero de Torres que, sentado, serio y con botines, pinta a una mujer en este ilustre espacio. Se contempla una arqueología particular llena de esculturas, cerámicas y maderas que posiblemente los turistas ignoren ya que van en busca de la foto del futuro sin pararse a contemplar el presente, que los ojos del pintor no dejan de observar. Es historia viva este patio que de recinto familiar pasó a jardín arqueológico donde las tertulias y veladas literarias crearon El ciprés de los poetas y El jardín del pintor Julio Romero. En el estudio, junto a su instrumental de pintura, se exhibe la chimenea con la que el pintor se calentaba en su calle Pelayo de Madrid. De salida, un contraluz resucita en el tramo entre el zaguán y el jardín con una fuerza de cuadro aún sin pintar que guarda su belleza para luego. Por ejemplo, para el patio de los museos de Bellas Artes y de Julio Romero de Torres donde José Luis Checa ha colgado Las Miradas de Vulcano. Subimos al Bellas Artes donde el pintor Rafael Romero del Rosal muestra El Patio de la familia Romero de Torres a la aguada, otra forma de contemplar en acuarelas lo que acabamos de observar en vivo. Salimos del recinto del antiguo Hospital de la Caridad y nos topamos con el potro que desde su fuente nos traslada a este espacio de Cervantes, Góngora y Quevedo cuya universalidad castiza no tiene más fronteras que las de la estética. Esto huele a Don Quijote, a Sancho Panza, a Rinconete y Cortadillo... porque encierra esta plaza del Potro tanta vida pretérita que es imposible sustraerse a la tentación de rememorar los trajines de la picaresca de aquellos tiempos de viajeros de mula y camino, posaderos espabilados, escritores al acecho de la vida, pícaros esperando un descuido, busconas de amores de paso, taberneros de mil chismes y altivos hijosdalgo. La Posada del Potro, que fue concejalía de Cultura y en su día acogía a los burros viajeros, ahora es el Centro de Flamenco Fosforito donde el cantaor pontanés muestra su arte.

Ahora no son viajeros de mula, camino y mesón sino turistas de maleta y apartamento quienes beben cerveza en esta plaza del Potro, donde se esconde la intimidad más popular de Córdoba. Que pintaron los pinceles de los Romero de Torres y que mayo muestra.