En Matrix, la película, Morfeo pone a Neo ante el dilema de elegir entre dos pastillas. La pastilla roja lo liberará de la vida aparentemente normal que lleva y lo conducirá al mundo real en el que las máquinas han conseguido sojuzgar al hombre y convertirlo en una batería, mientras que la pastilla azul le permitirá olvidar ese encuentro con la verdadera realidad y permanecer en la realidad virtual de Matrix.

Hablar de dos posibles realidades ya dice lo suficiente como para darse cuenta de que la realidad, eso que hay ahí afuera, es algo difícil de entender y definir. Poder elegir la realidad que uno vive es un privilegio que pocos tienen a su alcance; normalmente la realidad, la que sea, la que toque, te abraza y te devora. Y siempre al final sale vencedora.

Ayer, mi amigo Morfeo, que padece de disfunción eréctil, ya por su edad, me pasó una de sus pastillitas azules. Al principio dudé; se me vino a la cabeza la escena de la película. Pensé que no merecía la pena vivir engañado, creyendo que una simple pastilla no debería ser tan determinante en mi vida. Pero la duda no me duró mucho. Al final la cogí y me la eché al bolsillo para darle un buen uso. Curiosamente, desde que apareció la pastilla del rombo azul se diagnostican más supuestos casos de disfunción eréctil que esconden la realidad de un deseo irrenunciable de recuperar el vigor sexual perdido o nunca disfrutado. Como se suele decir vulgarmente, la jodienda no tiene enmienda. Tampoco creo y que haya que enmendarla. El sexo es incluso superior a la música para la vida. En el orgasmo, la petit mort de los franceses, está la quintaesencia de la emoción; es la manera más eficaz de rozar la muerte sin morirse.

No he dicho toda la verdad en el párrafo anterior. Lo cierto es que la pastilla azul me la dieron hace más de un mes; aún la guardo en el bolsillo. Y esa pastilla no funciona por su sola presencia. Ni siquiera si te la tomas. Hace falta un estímulo. También estar pendiente de ese estímulo, claro, que sea un estímulo efectivo. Es imprescindible que la sangre se mueva y llegue a su sitio. Lo único que hace la pastilla azul es retener la sangre. Hay algo de artificioso en ello. Es como construir una presa para atrapar la energía de un torrente.

Para mí es legítimo intentar por todos los medios, aunque sean «artificiales», mantener un atributo de la juventud. Ya sabemos que una vida larga carece de sentido biológico, pero ya hace tiempo que el hombre ha trascendido la pura biología. Los órganos sexuales se usan cada vez menos para la reproducción y lo que parecía un diseño de la naturaleza para incentivar la procreación e ha convertido ahora en un fin en sí mismo. El juego y el hedonismo, antes reservados a la infancia y la juventud, ocupan cada vez más nuestro tiempo. Y no es algo que ocurra por casualidad. Tampoco deja de tener su sentido biológico. La vida siempre acaba encontrando sus fórmulas para transformar la realidad. Y da igual que se trate de una vida virtual en una realdad virtual.

Yo, lo que pasa, es que me pienso demasiado las cosas. Es como si no acabara de creerme todo lo que estoy diciendo. Ha pasado otro día y la pastilla azul sigue en el bolsillo de mi pantalón. Su sola presencia, sin embargo, pare estar afectándome de muchas maneras. No es algo raro. Con frecuencia, curiosamente, la mera posibilidad de que algo ocurra es capaz de hacer realidad otras cosas. Por ejemplo, esta pastilla me ha movido a salir de casa más a menudo, aunque sea solo por exponerme a la probabilidad de que me surja la oportunidad de usarla. Y me ha convertido en un ser más social. Ahora incluso voy al gimnasio, al cine y al teatro, en lugar de tirarme las horas muertas en casa con un libro de filosofía de la ciencia a la altura de los ojos.

Alternando tanto, he descubierto que un intenso roce social y mucho juego previo, aunque sale mucho más caro y es más lento, pueden ser tan potentes como cincuenta miligramos de citrato de sildenafilo.

* Profesor de la UCO