Llega un nuevo 8 de marzo y en nuestras retinas sigue muy viva la imagen de esa ola imparable que supuso la manifestación del 8 de marzo del año pasado. Nadie niega que hay un antes y un después de ese día. Córdoba, como otras muchas ciudades de la geografía española y del mundo, se teñía de violeta como nunca antes en su historia para clamar un «basta ya» rotundo.

Con ese grito adherido a la memoria, hoy volvemos a celebrar el Día Internacional de la Mujer y volvemos a alzar la voz reclamando igualdad y justicia social.

Hoy, un año después, se sigue repitiendo la batalla que nos enfrenta a ese monstruo de mil caras que es el machismo. Las mujeres nos mantenemos en la lucha, con fuerza y determinación, pero también con el asombro y la frustración de ver cómo el nuevo escenario político nos quiere relegar a puestos de salida, despreciando derechos y logros que son toda una conquista.

Estamos en una situación complicada, pero ¿cuándo ha sido fácil para las mujeres? Somos los grandes activos para la construcción de esa convivencia que queremos. Tenemos la experiencia de siglos y tenemos la luz que nos proporciona estar unidas en esto. Nos impulsa nuestra dignidad y nuestro convencimiento de estar reclamando lo que es justo: qué todos y todas tengamos los mismos derechos y libertades, las mismas oportunidades y la misma seguridad al pasear por una calle a cualquier hora.

Hoy, un año después, un machismo retrogrado se ha colado en las instituciones públicas y ha encontrado en la provocación, la mentira y el ataque su principal argumento. Es un machismo que se jacta de serlo, porque entiende que menospreciar a la mitad de la población es la forma más rápida de escalar hacia una cima que, más que ascender, lo que hace es viajar al pasado más triste que podamos recordar.

A esa oscura caverna se suman también quienes hablan de no dar «ni un paso atrás», pero al mismo tiempo firman alianzas con quienes se sitúan en la prehistoria del machismo. El resultado es un baile de declaraciones, apropiaciones indebidas y verdades retocadas que son doblemente humillantes para las personas que creemos en la igualdad con mayúsculas.

La construcción de una sociedad donde hombres y mujeres tengan las mismas oportunidades es un trabajo de largo recorrido, que debe alimentarse todos los días. Y hablaré en primera persona, porque creo que hay que argumentar con hechos. Soy alcaldesa de esta ciudad y, como tal, mi responsabilidad está en ofrecer respuestas cercanas a cuestiones cercanas. Los ayuntamientos son la primera puerta a la que llamar y cuando se abre esa puerta, la imagen que debe proyectarse es la de una convivencia libre de desigualdad. Durante los últimos años hemos venido trabajando para que esto sea así.

Hoy, es gratificante para mí poder anunciar que pronto presentaremos el II Plan Transversal de Género de la ciudad de Córdoba, con vigencia para el periodo 2019-2022. Es un protocolo de actuación que debe convertirse en un instrumento sólido para corregir conductas y situaciones que atentan contra la igualdad real y efectiva de mujeres y hombres. Su aplicación tiene como punto de partida las dependencias municipales, pero su vocación es la de extenderse a toda la ciudadanía.

En momentos difíciles debemos sacar partido a todas las herramientas de las que disponemos las mujeres; sin duda, la principal es la de permanecer unidas y manifestar en la calles y en las urnas lo que entendemos que es justo y democrático.

Creo que es el momento de mirar a los ojos y gritar con fuerza que la igualdad no es una moneda de cambio con la que sacar rentabilidad política, ni tampoco una moda, ni una obsesión malsana de ciertas minorías. Feminismo es igualdad y, por fortuna, tras largos años de contienda, hoy es una revolución imparable a la que cada vez se suman más mujeres jóvenes. La fuerza está garantizada y también el relevo. Sigamos unidas.

* Alcaldesa de Córdoba