Cuando no entiendo muy bien lo que pasa, busco refugio en mi biblioteca. Y la verdad es que en los últimos días, desde el abrazo de los hasta ayer enemigos íntimos, ni electores ni elegibles entienden lo que ha pasado entre Pedro Sánchez y Pablo Iglesias para un cambio tan radical en lo que va de la noche del domingo a la mañana del martes. De tener pesadillas con Pablo, Pedro ha pasado al abrazo del oso; de no dejarle las llaves de su casa por nada del mundo a servirle de felpudo para que entre en la Moncloa como vicepresidente y su santa como ministra; de 198 días de bloqueo a la hora feliz. Este pacto de gobierno que nos presentan como el Pórtico de la Gloria (a mayor gloria de Podemos, claro está) tiene más parecido con el horaciano «parto de los montes». La fábula de Horacio relata cómo los montes dan terribles signos de estar a punto de dar a luz, infundiendo pánico a quienes los escuchan. Sin embargo, después de señales tan asombrosas, los montes paren un ratoncillo «Parturient montes, nascetur ridiculus mus» («parirán los montes; nacerá un ridículo ratón»). La fábula, y la expresión «el parto de los montes», se refieren por lo tanto a aquellos acontecimientos que se anuncian como algo mucho más grande o importante de lo que realmente terminan siendo. A pesar de la sorpresa, incluso quitando cualquier protagonismo al rey Felipe VI como Jefe del Estado, de viaje por Cuba mientras aquí se reparten el gobierno, el tándem Sánchez/Iglesias no ha encontrado apoyo más que en los muy convencidos del sanchismo y la grey del inquilino de Galapagar. Ese pacto/parto de los montes ha generado incontables reacciones, reaccionarias muchas, porque es harto difícil tragar con las contradicciones de Sánchez. Lo sorprendente es que aun sabiendo lo que ha dicho en público en programas de televisión de grandísima audiencia, las inevitables comparaciones de lo que dijo anteayer y lo que dice hoy, lo que va del blanco al negro, del desprecio al aprecio, haya tenido el coraje de tirar adelante sin prejuicios, ni complejos, sin pizca de vergüenza ni sonrojo alguno. Sánchez es un temerario, el más político de todos los que le rodean, sin lugar a dudas, no escucha las voces de quienes le precedieron en su partido centenario. No repara ni en rey ni Roque para darle la vuelta al tablero mientras la jugada del parchís está en curso. Si le sale bien el envite, quienes hoy le critican no tendrán más remedio que claudicar ante su demasiada audacia, pero mientras es comprensible que los electores estén hartos de los partidos políticos y de sus vocingleros productos en oferta, promocionados por un supermercado que vive de clientes a quienes no respeta.

* Periodista