Creo que todas las ciudadanas y los ciudadanos votan al partido que más les convence. No es que tengamos, desde luego, un panorama por delante demasiado alentador pero es lo que tenemos. No hay más. Tampoco voy a descubrir la rueda si afirmo con absoluta rotundidad que nuestro proceso electoral y postelectoral necesita una revisión seria y profunda. Hoy me quiero detener un momento con vosotros en una de estas revisiones que me parece realmente urgente y necesaria. Me refiero al sistema de listas cerradas con el que los diferentes partidos políticos nos condenan, por decirlo de alguna manera en la que todos nos entendamos. Este sistema tiene un defecto que hay que subsanar, repito con urgencia, y es el de que primero, la ciudadanía suele conocer, más o menos, al cabeza de lista y, como mucho, al segundo; pero no tienen ya ni la más remota idea de quiénes son, a qué se dedican, cuál es el historial personal, académico y profesional del resto de los que aparecen en las listas de los partidos a quienes votamos. Incluso, sobra hasta mencionarlo, con los primeros y segundos de lista nos llevamos auténticas sorpresas: titulaciones inexistentes, másteres fantasmagóricos, trabajos de investigación plagiados, etc. Imaginaos entonces que si esto ya nos pasa con los que conocemos, qué no pasará con aquellos que no son conocidos. Algunos ni en su propia casa. Esto no ocurriría si tuviéramos listas abiertas o un sistema electoral mixto, como acontece en algunos países europeos como Dinamarca, que si bien tiene un sistema electoral mixto con algunas complejidades añadidas, cuida mucho de que las minorías tengan garantizadas su presencia en las Cámaras Alta y Baja con un número de parlamentarios reservado para ellas, alrededor de un veinticinco por ciento. Esto no solo no pasa en nuestro Estado sino que además tenemos que “tragarnos” a determinados personajes si uno quiere votar a un partido político concreto. O el sistema electoral finlandés, que no solo fue pionero en permitir que las mujeres desde comienzos del pasado siglo se presentaran como candidatas, sino que en la actualidad posee un sistema de representación proporcional individualizada que garantiza que en los escaños de la Cámara Baja no exista una desproporcionalidad entre partidos de más del ocho por ciento. Me dice mi colega Eduardo que lo ideal sería votar ideas factibles y proyectos realmente necesarios, y no personas. Votar ideas y proyectos por municipios y que las personas elegidas se comprometieran firmemente a llevarlas a término. Esto estaría muy bien pero creo que sería como querer subir unas escaleras de cuatro en cuatro escalones. Las escaleras hay que subirlas peldaño a peldaño para no pegarnos un tortazo.

Desde estas líneas hago un llamamiento ferviente a la ciudadanía para que investigue bien a las personas que engrosan las listas de los partidos a quienes cada cual vote. Se pueden llevar auténticas, como decíamos líneas arriba, sorpresas. He visto algunas listas de los candidatos de nuestra ciudad y no acabo de salir de mi asombro al ver algunos nombres. No juzgo cuestiones sobre la bondad o maldad de algunas o algunos de estas ciudadanas o ciudadanos que aparecen en dichas listas porque sólo con mirar la trayectoria profesional o académica, o simplemente la capacidad que puedan poseer para representarnos en el Congreso, sólo con eso, ya me dan espasmos. Me consuelo leyendo la carta VII que escribió Platón en la que explicaba, ya de vejete, las causas por las que, aún siendo llamado a la Política, desistió al comprobar la manada -repito: manada- de corruptos y trepas que andan buscando escaño en nuestro Parlamento.

* Profesor de Filosofía

@AntonioJMialdea