El Deportivo Córdoba, referencia principal en la cantera futbolística de nuestra ciudad, cumple cincuenta años. Medio siglo desde la fundación del Recreativo Oscus en el 67, más de media vida alimentando los sueños de niños y no tan niños enganchados a la adrenalina del regate y al subidón del gol.

Cinco décadas del incombustible Rafael Jaén al frente del club en el que se criaron deportivamente decenas de jugadores dotados para ser alguien en el campo, miles de peloteros vocacionales que, sin haber llegado a nada, atesoran recuerdos azulinegros en lo más hondo de su identidad: el nudo en el estómago al empezar un partido importante, la huella que dejaba en las rodillas el antiguo campo de chinos del colegio El Carmen, el tufo de Réflex aromatizando el vestuario, el par de botas Marco que tanto costó conseguir, el cabreo y la decepción de verte fuera de los once elegidos (las pipas prohibidas en el banquillo), una noche de verano en el torneo Los Califas, la risa floja de los viajes en autobús cuando nada estaba escrito y todavía no sabíamos que la vida iba en serio...

El caso es que en el marco de las actividades para celebrar el cincuentenario del Supedepor se celebró el otro día un triangular que sirvió de punto de reencuentro para exjugadores de diferentes generaciones. Me enteré. Me apunté. Fui. Llevaba años y años sin jugar. Lo noté. Lo noté mucho. Fatiguita.

Horas antes del comprometedor evento le pregunté yo a mi hijo mayor que si iba a venir conmigo y con su hemano. El crío puso cara de circunstancias, la boca medio resoplando. Se ve que le era más provechoso seguir practicando silloning y ver al Barcelona, como si Messi tuviera algo más que aportarle en el plano futbolístico que un servidor. Finalmente, tras remolonear un poco y probablemente para no seguir oyéndome, Martín acabó cediendo, «buuuueno venga», y a la Asomadilla que nos fuimos de la mano.

Una vez en el terreno de juego me arrepentí de haberle insistido para que fuera a verme. Sobran los comentarios al respecto (espero que no haya videos del acontecimiento). No obstante, como todo puede suceder en un campo de fútbol, la cosa dio un giro total cuando inexplicablemente conseguí marcar un gol. Al acabar el partido llegué medio muerto pero contento hasta la banda y le pregunté a Martín que si le había gustado mi obra de arte. Me dijo que no había visto el gol. Creí que mi amado primogénito estaba de broma. Me percaté de que no era así cuando repitió su descorazonadora contestación.

Al detectar mi contrariedad el chiquillo me dijo que lo sentía, que probablemente se habría distraído por estar pendiente de Gonzalo. Increíble. Uno marcando goles como un campeón en un partido amistoso por todo lo alto y el niño insensato pendiente de tonterías como la seguridad de su hermano. Vaya tela. Yo para mí que se había ido a dar una vuelta por ahí con sus amigotes y no quería herir mis sentimientos.

* Profesor del IES Galileo Galilei