Hace unos días en una plaza oí unos gritos. Alarmado miré: eran gritos de júbilo que una joven daba. Como se abrazaba a una persona que vendía cupones, pensé que le habría tocado la lotería y que debía ser un buen pellizco por el modo que exteriorizaba el sentimiento. Se plantó en medio de la calle y, excitada, empezó a hablar por el móvil, daba saltitos y pequeñas carreras de un lado para otro, como alocada. La gente en las terrazas y viandantes se miraban extrañados. Me acerqué al lotero y le pregunté cuánto le había tocado a la afortunada. «No es la lotería. Es que le han dado un trabajo». «¿Un trabajo?» «En un bar, de esos que venden montaditos», me aclaró, feliz por la suerte de la mujer a quien conocía de venderle cupones. Algunos extranjeros que oyeron el caso, estaban estupefactos.

Y es que, si usted estuviera en paro, ¿qué pediría? Trabajo, ¿verdad? Y si usted y su mujer y sus hijos en edad laboral estuvieran en el paro, pedirían ¡un trabajo ya! Y si tuviera un trabajo de esos que llaman precarios, pediría un trabajo a tiempo completo con un salario justo que le permitiera vivir con dignidad. Es decir, pediría ¡trabajo! Desde que yo sé y hay estadísticas el paro es la principal preocupación de los españoles con gran diferencia respecto a cualquier otra que se saquen de la manga los políticos. Preocupación que te hace vivir en un estado de angustia permanente. Y si encuentra un trabajo aunque sea precario, de esos que te deslomas en jornadas de diez o doce horas por un salario de miseria, es como si te hubiera tocado la lotería, ¿verdad?

Así está el trabajo aquí, con unos 7 millones de españoles, sumando en paro y en precario. Claro que hay que crear empleo y que la economía crezca. Es el reclamo de los reclamos. Pero es una falacia la doctrina, apoyada sobre todo por la derecha, de que el capital a través de los mercados (mejor cuanto más libres de la intervención del Estado) pueden ofrecer una más justa distribución de la riqueza y mejorar la vida de los trabajadores, cuando las desigualdades sociales no hacen más que crecer y aumentan los «trabajadores pobres». Hablando en plata, es un engaño como la copa de un pino.

Porque lo cierto es que el beneficio, en vez del empleo, es el alfa y el omega del sistema. La verdad es que nadie se pregunta por qué las horas de trabajo no han decrecido a pesar de la mayor capacidad productora de la tecnología, ni cómo se puede reconciliar la mayor precariedad en el empleo y la disminución de los salarios con la supuesta eficiencia del mercado. Y la verdad de las verdades es que el objetivo no es crear empleo, sino convertir el trabajo en una actividad que no transforme la realidad ni satisfaga las necesidades físicas y espirituales del trabajador, sino para que este sea mejor explotado y amarrar a las organizaciones obreras.

Las políticas económicas vía UE buscan mantener el crecimiento a muy largo plazo, minimizar la inflación y promover la estabilidad de los precios. No lograr el pleno empleo, que sería lo ideal para mayor consumo y recaudación fiscal que desarrollen políticas sociales. Ya Keynes dio la receta en la crisis de los años 30 de pasado siglo cuando observó la relación entre la restricción del crédito y el desempleo y que habría de mantenerse «hasta que los trabajadores acepten las reducción de los salarios». De hecho en la última década se han reducido un 16% en nuestro país. Harry Gordon Johnson, economista conservador de la Universidad de Chicago, lo expresó de forma sintética y clara en fecha más reciente: «Evitar la inflación y conseguir el pleno empleo puede considerarse como el conflicto entre la burguesía y el proletariado.» Y en esas estamos y la ultraderecha sale a la calle «sin complejos» (cuando debería meterse bajo una manta) en apoyo de la burguesía más reaccionaria.

* Comentarista político