Vaya por Dios! ¡Dos se equivocaron de papeleta! Otros dos ni siquiera asistieron a las Cortes. Lo único que tenían que hacer, van y lo hacen mal; o no lo hacen. El espectáculo es bochornoso, y ni tienen pudor de disimularlo. Aquí abajo, el pueblo, o la ciudadanía, o la madre que nos alumbró, les importamos lo que hay dentro de su escroto o sus ovarios. Allí están en sus asientos de sátrapas, con sus maquinitas, sus tablets, sus móviles y su dormitar impenitente. No les oímos los ronquidos, pero seguro que roncan. No les vemos los textos que se wasapean, pero bien que mueven los dedos; no les vemos los videojuegos, pero bien que se meten en la pantalla; no les oímos las conversaciones, pero bien que cuchichean. Y ríen, y se hablan a la oreja, y ríen, y dormitan, y ríen, y miran al vacío, y ríen, y bostezan, y cuando hay que aplaudir, aplauden, y cuando hay que patear, patean. Forman una orquesta muy bien orquestada de solistas y coro a la vez. Y el pueblo, o la ciudadanía, o la palabra con la que nos nombran para entontecernos, pagando impuestos, guardando colas, madrugando, pasando calores, pasando fríos, regateando unos días de vacaciones. Ellos a lo suyo y nosotros a lo nuestro. El reparto de la propiedad. ¡Y que fallen en la papeleta que tienen que echar! ¡Y qué ni asistan a las sesiones parlamentarias! ¡Esas filas de asientos vacíos, espectáculo de abandono, de a mí qué me importa esto! Los sillones dicen lo que les resbala. ¿No habría manera de hacérselo ver? No sé... un descuento en sus sueldos, quedarse sin recreo, estudiar mejor las papeletas, aprender a leerlas... Como creen que somos suyos, ni siquiera se molestan en vernos. Y así diferenciarlos de tantos compañeros y compañeras, que sí trabajan y cumplen con su sueldo y con sus gastos de representarnos. Pero es que la cosa venía mal desde el principio, porque como en cada partido a los jefes de estos incompetentes los eligen los miembros de dicho partido, pues, claro, los jefes con quienes quieren estar bien es con los de su partido. Así que los de aquí abajo no contamos para nada. Y cada día y en cada elecciones, los de allá arriba nos dicen: «Esto es lo que hay. O lo tomas o lo dejas, como las lentejas». Y nosotros, claro, las lentejas. El presupuesto no nos da para más dispendios.

* Escritor