La colonización de nuestra cultura por parte de la anglosajona viene dada porque leemos poco, tenemos poca curiosidad y nos tragamos todo si nos lo cuentan en inglés. Qué anchura de manga tenemos para incorporar palabros a nuestro vocabulario habitual sin molestarnos si quiera en comprobar si tal expresión o barbarismo --como nos enseñaron en el bachiller a llamar a los extranjerismos-- está o no en el Diccionario, el armario de las palabras. Qué perezosos somos. De un tiempo a esta parte todo el mundo habla de las fake news, y creo que hasta un programa de Tv va a comenzar con este título. Un tuitero del montón, quiero decir, que no es un personaje con millones de seguidores, proponía por qué no utilizar menos fake news y más «paparruchas», pues según el Diccionario de la Real Academia, paparrucha es «Noticia falsa y desatinada de un suceso, esparcida entre el vulgo» ¿Puede haber palabra más precisa, concreta y ajustada a lo que fake news quiere expresar que paparruchas? Además, fonéticamente, paparrucha tiene cierta similitud con patochá, chuminá, chorrá y mamarrachá que también podrían ser válidas en sustitución de esas falsas noticias que significan el trueque de las mentiras por verdades. Aún así no creo prospere la enmienda del tuitero para utilizar el lenguaje con propiedad. En detrimento tiene la popularización de paparruchas merced al éxito de Edenezer Scrooge, el viejo avaro y gruñón de Cuento de Navidad, de Dickens, tan interiorizado en nosotros por actores como Michael Caine o Albert Finney, que la pronunciaban con verdadera inquina, ajustada carga de mala leche y ningún complejo de corrección política. Y todos reíamos con la ocurrencia, que también el tío Gilito utilizó con gran cinismo y avaricia. O sea, no tenemos remedio. Si en francés tuvieran una expresión tan acorde con el hecho descrito, paparruchas versus fake news, tal vez acabarían con este anglicismo tan común, potenciado desde la llegada de Trump, pero aquí, donde hemos endosando a nuestro vocabulario backestage, trending topic, joging, serial killer, link, tv movies, top ten y todo lo que vaya viniendo de fuera, no hay nada que hacer. Además, hemos llegado a un punto de yuxtaposición de extranjerismos sobre nuestro idioma que hasta para vendernos la moto utilizan cada vez más el inglés en una población dura de oído y lengua para los idiomas. Resulta asombrosa la cantidad de anuncios que a diario nos asaltan en otra lengua, en la calle y en la publicidad de radio y televisión, por no hablar del lenguaje de las nuevas tecnologías y redes sociales que defecto nos asaltan en inglés. Por eso, digámoslo en nuestra lengua y con propiedad porque, como decía María Moliner, «Nombrar las cosas es despertarlas». Espabilen.

* Periodista