Por la América del mar Caribe, debajo de Cuba y por donde Bob Marley llegó a ser leyenda con su reggae, por donde la globalidad con forma de turista se baña en aguas de colores, como las del paraíso. En Jamaica el sol, ya rojo de estallar, se escondía muy temprano y quizá fuera la explicación de todo lo posterior. Después de las más de nueve horas de vuelo que hizo la globalidad en avión desde Europa, China, Japón, Canadá, África y los orientes Próximo, Medio y Extremo, cuando llegó al hotel, incluso antes de abrir la maleta, su primera preocupación no fue la comodidad de la cama o el estado de la habitación sino la existencia o no del espíritu (la sangre) de la globalidad: el wifi. El mar y la piscina parece que daban una tregua, pero cuando los turistas, convertidos en globalidad, terminaban de comer se amontonaban en salones cercanos al hall del hotel para hacerle carantoñas a su primera compañera de viaje: la pantallita de su teléfono móvil. Y se olvidaban horas y horas de quienes habían venido con ellos porque el celular está hecho para unir distancias, olvidarse de la realidad, que está al lado, y clavar los ojos en una pantallita donde hemos fabricado otra vida. No era necesario recorrer tantos kilómetros para hacer lo mismo que la globalidad turística hacía en su país, en su ciudad, en su pueblo y en su casa: mirar la pantallita del teléfono móvil. De vuelta. Sales de la terminal T4 del aeropuerto de Barajas por metro y la realidad destruye la memoria de tus trayectos de estudiante donde los viajeros aprovechaban las distancias para leer. Me fijo en quienes se han subido al mismo vagón que yo: todos, menos los que van preocupados por sus maletas, van haciendo lo que a la misma hora hace casi todo la humanidad en el planeta Tierra: mirar la pantallita de su teléfono móvil en vez de leer, por ejemplo, el periódico futbolero Marca o Esquivar la mediocridad, un libro de Xavier Marcet que ayudaría a pensar a la globalidad, actividad que empieza a olvidar. Llegas a Andalucía, otro espacio que el turismo ha convertido en globalidad de smartphone. Y lo peor es que empiezas a constatar las heridas que la pantallita del móvil está provocando en una sociedad cada vez más pobre, con cierto tinte xenófobo y peligrosamente alejada del papel. Acaban casi de cerrar El Correo de Andalucía con el despido de 28 de sus 29 trabajadores, el periódico en el que empecé a hacer prácticas en 1977 y donde el 16 de agosto de aquel verano confeccioné con teletipos la noticia de la muerte de Elvis Presley. Claro que hasta nuestra amargura por la vida sin papel y por el previsible desenlace fatal del Correo nos la contamos quienes la sentimos por la pantallita del Facebook. Una crueldad de la globalidad.