La tierra tiene vida porque los hombres y las mujeres que la trabajan van realizando una lenta o rápida transformación del paisaje rural que en las orillas de los ríos Guadalquivir y Genil se vuelven un mar de frutales. El regadío está modificando a un ritmo sorprende campos ayer de cultivos en apuestas extensivas de naranjos, almendros y nuevos olivares.

Los romanos reconocieron la riqueza de aceite de oliva, cereal y viñedo de la Bética. La trilogía mediterránea dio pingües beneficios al Imperio creando una estructura de explotación agrícola, de fabricación de ánforas y de exportación fluvial y marítima por todos los confines del mundo romanizado.

Los musulmanes supieron introducir técnicas de regadíos que mejoraron la productividad de la tierra. Los pagos de huertas de las orillas del río Genil ganaron mucho y bueno con norias, puertos y azudas colocadas estratégicamente en los meandros del río granadino hasta mediados del siglo XX.

Será la construcción de los canales de riego, primero del río Genil, proyecto anhelado desde principios del siglo XX, y más tarde, el canal del Guadalquivir, quienes impulsen nuevamente la agricultura de una comarca que siempre apostó por la modernización, el aumento de la producción agrícola y el incremento de jornadas de trabajo.

En las últimas décadas, hemos asistido al nacimiento y fortalecimiento de la industria agroalimentaria. La demanda de este sector ha promovido una auténtica revolución en las técnicas de regadío, la introducción de nuevos cultivos, la ampliación extensiva con más margen de beneficio, la introducción de nuevas variedades citrícolas, naranjas más tardías, nuevos frutales y nuevas inversiones en territorios como zumos, mermeladas, exportación hortofrutícola y un continuo investigar, renovar, invertir, producir.

A este ritmo, ya no reconozco ni los campos de la Vega Vita, donde ayer paseaba entre melones y sandías, y ahora miles de naranjos crecen por doquier.

El paisaje está vivo si viven sus pueblos.

* Historiador y periodista