Nadie puede negar que el actual presidente y el nuevo secretario general del PP son gentes cualificadas. El primero en quehaceres académicos y el segundo en actividades lúdicas. El castellano-leonés Pablo Casado puede considerarse un superdotado intelectual, que deja en mantillas al empollón Fraga Iribarne, pues ha sido capaz de obtener titulaciones universitarias de una sola tacada y antes de que cante el gallo. Loor a los genios de la patria. El murciano Teodoro García Egea, sucesor de la espía Cospedal, no se queda corto atesorando excelencias. Es nada menos que plusmarquista universal en el lanzamiento a distancia de huesos de aceitunas expeliéndolos por la boca. Prez a los campeones.

Ahora bien, tan plausibles méritos personales al hacer política --actividad que sigue siendo el arte de lo posible--, decrecen mucho. Entonces, se muestran como individuos miopes que no ven más allá de sus narices. Defecto común en nuestros dirigentes públicos. Basta repasar sus principales actuaciones. Casado, el discípulo amado del políglota Aznar que en privado habla catalán, quiere volver a las esencias conservadoras mientras se proclama el paladín de los valores constitucionales. Nunca es tarde si la dicha es buena, pues el referido Aznar hizo propaganda muy activa para que no se votara afirmativamente la Carta Magna que en el Congreso había recibido media docena de votos en contra: 5 del partido de Fraga y el otro del etarra Letamendía Belzunce. En esta certeza documentada sí que hubo una casual afinidad con el terrorismo vasco.

Pero, aun siendo corto de visión --miopía que se acerca a la ceguera-- y poco edificante todo lo anterior, peor es no darse cuenta de que la soberana provocación victimista de los catalanes se nutre de dos posibilidades que, según su idea, sumarían nuevos adeptos a la causa del independentismo. Una, la aplicación indefinida del artículo 155 de la Constitución; y la otra que, una vez sentenciada en España la causa penal por rebelión, el tribunal de Estrasburgo se pronuncie sobre violación de derechos como ya lo insinuaron, al estudiar la tipificación de las presuntas culpabilidades, jueces belgas, alemanes y escoceses. Esta es la última esperanza, el balón de oxígeno que anhelan Puigdemont y la compaña. Asunto que --insistimos-- ven con notable miopía los políticos de turno, Inclusive los que conocen, como un axioma, que, en democracia y sin violar la ley, las puertas del diálogo deben de estar siempre abiertas de par en par.

A la denunciada miopía también contribuye Rivera, con un rigodón centrista desmentido por sus veleidades ideológicas, y en ella participa el presidente Sánchez, que se ha deteriorado ostensiblemente con el embrollo presupuestario. Un río revuelto cuya única desembocadura era convocar elecciones generales y salga el sol por Antequera. Hemos asegurado que «participa» porque resulta una falta de visión el deseo de nombrar un «relator», cuando nadie sabe cuál sería el consistir de su actividad y si sobrepasa los límites de una precipitada invención, desconocida por la perpleja ciudadanía, por bastantes comilitones del PSOE y hasta por los atizadores del presente conflicto que, desde el siglo XVII, tiene abundantes antecedentes, soberanamente fallidos, a lo ancho de la Historia.

Mientras tanto, el pueblo soberano, que todavía conserva la vista intacta, tiene cada vez más claro --y lo manifestamos con tristeza y desilusión-- que vivimos en un país con gran número de dirigentes miopes y con una oposición codiciosa del poder que se expresa, según tradición reaccionaria, de forma rahez y bajobarriera. Lo que nos lleva a pensar que les falta razón a los que tachaban a Freud de pesimista porque negaba la supremacía de la cultura sobre los instintos.

* Escritor