La vida, mis queridos hijos, de cada uno es como un río que con su propia corriente camina y crece hacia el mar. No obstante, quiero legaros mi reto de cada amanecer, las claras deducciones que en este imparable viaje se han ido escribiendo en la blanca pancarta de mis días. Puede que tan solo sean algo así como pequeñas olas que acaricien la reseca piel de lo que serán vuestros largos pasos, pero me vale la pena el esfuerzo si logro alcanzar al inmenso océano que es vuestra presencia en el mundo. La vida es una página en blanco que se nos entrega en el instante mismo de nuestro nacimiento. Hasta el día que somos capaces de pensar y decidir, son los demás los que escriben en ella, pero llega un momento que podamos ,cojamos la pluma y nos convirtamos en protagonistas, lo cual nos será duro pero fuente de gratificación y dolor, o puede que, dejados llevar por la comodidad, aceptemos la letras que los demás sigan imprimiéndonos al ritmo de nuestros pasos. Esta opción, antes o después, nos exigirá estampar una firma de autenticidad que nos podremos ratificar con la consiguiente frustración. Pero también la vida es un cúmulo de conveniencias: yo te doy; tú me das. En la vida todo se puede vender, cambiar o comprar. Pero la mayor tranquilidad de conciencia os vendrá dada por el riesgo corrido en servir, en regalar, en amar sin precio. No importa que nuestro nombre quede fuera de esas inútiles urnas que sirven al poderoso para recontar y regodearse con la fidelidad de sus incondicionales satélites y otorgarles la recompensa que ansían: ser considerados, tenidos en cuenta... Pero esas urnas solo son un cajón de mentiras; mejor no estar en ellas. Finalmente, os digo: la vida es un camino por recorrer. En él encontraréis de todo, pero jamás caigáis en la tentación de inmovilizaros en punto alguno por blanco o negro que sea. Continuad siempre hacia delante sin mirar para atrás porque una luz que se apaga no volverá a lucir por mucho que nos duela y solo lograríamos convertirnos en estatuas de sal.

* Maestra y escritora