La embriaguez ha sido noticia en la edición dominical de este diario con grandes titulares. Un centenar de jóvenes, algunos muy borrachos, a la una y media de la madrugada han sido expulsados de una sala en la que hacían «botellón».

Algunas personas jóvenes y no tan jóvenes quieren ahogar su existencia y sus penas en alcohol. Con frecuencia menores de 18 años tratan de olvidarse de sí mismos por medio del baile, la litrona y la posterior fornicación, el teléfono móvil y su excepcional presencia en las redes sociales que provee la digitalización. Olvidan que las conferencias, el cine y los libros son medios mejores para ahogar esas penas que el alcohol de cuarenta grados mezclado con bebidas que dan dulzor.

Los libros no dejan dolor de cabeza ni generan vómitos ni aquella sensación desesperante de un triste post-coitum. Los libros son mejor sustitución, refinada y elaborada, de la verdadera vida y, casi siempre, más saludable diversión. Hacen a los jóvenes menos idiotas, a los mayores menos corrompidos e infantiles, que a quienes el alcohol convierte en borrachínes para así olvidarse de las complejidades de la vida .

Vivir es mucho más difícil que beber alcohol. Ser persona adulta y armoniosa es difícil. Una velada alcohólica no desarrolla vida física ni intuitiva pero sí vida de muchos instintos y emocional. Los esfuerzos combinados de Platón, Aristoteles y Newton han convertido a estos jóvenes descendientes del presente en burgueses--proletarios modernos, que no logran hacer de sus vidas realidad. La solución pueril a los problemas de la vida no es ahogarse en alcohol desde los quince años, sea de modo gregario, sea individual.

Los padres no deben actuar como hacen las hormigas que descuidan su progenie por amor al licor que rezuman los parásitos que invaden sus nidos.

<b>José Javier Rodríguez Alcaide</b>

Córdoba