Acabo de enterarme de su adiós definitivo. Me ha dolido tanto, que tacho la palabra muerte. Escribo para cobijar mi soledad en su recuerdo. ¡Otra despedida! ¡Y quedarán aún tantas y tanta soledad! Otro carmelita descalzo que se nos va desde la cumbre de nuestras Ermitas. ¿Qué susurrarán los paisajes? ¿Cómo se pasarán la noticia los pinos, la tierra, los atardeceres? ¿Qué llorarán las amapolas y las tórtolas? El ruiseñor cantará hacia la ventanita de su celda, estas noches de mayo cuando anida; esa misma celda en la que ahora me acuno cuando me retiro. Mucho compartí con el padre Antonio en el huerto, en la capilla, en la iglesia y en la portería. Su roto sombrero de paja, sus botas humildes, sus manos campesinas cuando elevaban la Sagrada Forma. Sentado junto a él en el refectorio, me ofrecía su medio limón, por si yo también quería aliñar mi plato; o le sisaba su arroz con leche de almendras. En primavera, al alba, dejaba en el último banco de la capilla una bandejita de jazmines. ¡Qué aroma al atardecer, junto a la ventanita que mira a la higuera! En una mesa, las mañanas de junio, la fuente de nísperos, brillantes con el rocío que la madrugada ponía en ellos. Hacía carne de membrillo, traía nueces, recolectaba caquis. Las mañanas soleadas de octubre, recogíamos juntos, de los mejores olivos, aceitunas para aliñar. Me enseñó a mejorar mis injertos en los perales y los albaricoques. El padre Antonio amaba la tierra con ternura de madre. Sus manos serenas construían rosarios en las tardes de paz de la portería. De mi mesilla de noche saco el que me regaló. Su fe era profunda tras su mirada paciente y su sonrisa, con la que corregía mis lapsus en las lecturas de las horas. De estirpe campesina, cambió su tiempo por su fidelidad a Jesús y a la Virgen. Desde la pubertad tuvo clara su vocación, y a ella se entregó en cada lugar donde Dios dispuso, desde España hasta Argentina. Aprovechaba cualquier trozo de tierra, por estéril que fuese, para sembrar: habas, rosas, acelgas. ¡Cuánto he sentido su ida! Una nueva soledad en mi voz; pero una nueva esperanza, porque siempre le pedí al padre Antonio que rezase por mí. Ahora lo hará continuamente. Dios te lleva ya en su paz, padre Antonio. Gracias por la vida que dejaste en mí y en tantos.

* Escritor