Hace unos años sufrí una ciática de lo peor. No encontraba lugar dónde sentarme y estar medio cómoda. Hasta cinco sillones se me juntaron en el salón, más dos tresillos. Mis hijos, cojines por aquí, cojines y almohadas por allá, pero nada: más alto, más bajo, más derecho, menos ancho, etc. No había forma de estar sentada. Pero aquello pasó y de pronto caí en la cuenta de que todos los sillones me sobraban: no eran los sillones los que estaban mal, era yo. Y me sirvió de reflexión porque, con toda normalidad creemos, y así lo expresamos, que está mal todo lo que nos rodea, y todo nos molesta, y lo criticamos y encontramos culpables, como encontraba yo defectos en cientos de sillones. No, no siempre es así: somos nosotros los que sufrimos «ciática» o algo parecido que nos suelta la lengua y cruzados de brazos exigimos soluciones caídas del cielo. O sea, no es el mundo que nos rodea el que está mal: somos nosotros todos y cada uno, de forma que vayamos donde vayamos, hagamos lo que hagamos, mientras no tomemos las riendas de nuestra vida y le demos el giro necesario, ningún «sillón» nos va a resultar cómodo, nada nos va a mejorar por arte de magia, de lugar o de personas, porque no son los lugares, la gente que nos rodea la que tiene que reformarse, somos nosotros los que tenemos, individualmente, que corregirnos, renovarnos para que nos sintamos cómodos en el «sillón» de la vida. Todo el mundo piensa que hay que cambiar el mundo, pero cuando pensamos en clave mundial, se nos antoja algo tan lejano y gigantesco a lo que nunca podríamos llegar con nuestros minúsculos esfuerzos. Existen, no obstante, micro mundos que nos cercan y que ni tan siquiera notamos. Cuando tenemos la oportunidad de mejorarnos o de mejorar cualquier situación, y no lo hacemos, estamos mal gastando nuestro tiempo en la tierra; padecemos «ciática».

* Maestra y escritora