Si aceptamos el pacto como animal de compañía política debemos asumir que su naturaleza es variable en su combinación. Los pactos solo pueden ser convenientes o no para quienes los firman y para los gobernados, que de una u otra forma acabamos siempre con el golpe de la corrupción o el desencanto en la frente. Pero mientras se suscriban --no hay otra manera-- por partidos legales, tienen toda la legitimidad democrática. Es decir: hay que saber perder y dejar que la gente empiece a gobernar, no llenar de autobuses el Parlamento andaluz con el logo del PSOE en el cristal, utilizando el dolor de las mujeres para llenar la calle. Juan Manuel Moreno Bonilla tiene el mismo derecho a gobernar con Ciudadanos y Vox que Pedro Sánchez a ganar una moción de censura con los votos de Podemos, ERC y Bildu. Otra cosa es que esas siglas y algunos de esos rostros nos gusten más o menos, pero el derecho es el mismo y la legalidad también. ¿No te gustan algunas de las políticas de Vox? Igual puede ocurrir con Bildu o ERC, que gustan poco o nada en el PSOE, como Susana Díaz acaba de sufrir en carne propia, sí, pero por mediación de pacto ajeno. Ahora bien: siendo legales ambos pactos, hace falta tener jeta para ir a Bruselas a alertar contra al auge de la extrema derecha, como ha hecho Pedro Sánchez, tras pactar con los golpistas de ERC, que tras su coartada de republicanismo exhiben una radicalidad que encuentra varias equivalencias con el nacionalsocialismo alemán. Y no me refiero solo a los comentarios racistas de Torra sobre los españoles, sino al adoctrinamiento metódico en los medios de comunicación públicos catalanes, tan próximo a las estrategias de Goebbels. Así que antes de crucificar a Vox por lo que no ha hecho aún, denunciemos lo que sí se ha hecho en el procés, con su germinación progresiva del odio. Denunciemos no ya la extrema derecha del independentismo, sino ese fascismo camuflado que ahoga a media Cataluña, y a quienes lo han hecho posible.

* Escritor