Nadie pensaría que los políticos se parecen a los patos. Pero sí, esos pacíficos ánades que observamos serenos y hasta majestuosos circular armoniosos por ríos y lagunas, también son un furioso revoltijo de patas bajo el agua. Se agitan de tal manera bajo el líquido elemento que se diría que su verdadera sustancia está en lo que no vemos más que lo que ofrecen a nuestros ojos.

De parecida manera se producen nuestros políticos desde la noche del 26 de mayo pasado: son una frenética agitación de llamadas, citas, tanteos, encuentros, apretones de manos y faroles en la penumbra, fuera del ojo de la prensa, en el silencio de la ceguera.

Tratan de llegar a acuerdos postelectorales a resguardo de miradas y escuchas en un espacio de tiempo corto y tasado: el 15 de junio, fecha en la que se constituyen los ayuntamientos, que dará paso a los parlamentos autonómicos y sus gobiernos regionales luego, para cerrar el ciclo a finales de junio o principios de julio cuando se forme el Gobierno de la Nación.

Debido a algunas noticias sorprendentes --Errejón, que se ofrece a negociar con Ciudadanos para impedir la entrada de la extrema derecha en las instituciones madrileñas, y Valls en Barcelona, que ofrece sus votos a Colau, sin contraprestación política alguna, para impedir que la alcaldía quede en manos de ERC-- se ha creado un inusitado espejismo: ¿serán posibles acuerdos entre contrarios en España?

No deberíamos hacernos demasiadas ilusiones, nuestros políticos -si exceptuamos en alguna medida a los socialistas- no suelen ser muy partidarios en los últimos años de lo que a la mayoría parece razonable, sino que obedecen a sus propios intereses. Todavía --más de cuarenta años después en democracia-- consideran que pactar políticas que poden o ensanchen sus propuestas es bajarse los pantalones.

Pedro Sánchez, en su mejor momento, atiza con severidad el flanco más delicado de la derecha: sus pactos con Vox; y parece crear no pocas dudas en Ciudadanos y alguna que otra zozobra en el PP, pues Bruselas y los grandes países europeos rechazan con determinación dar cuartelillo a la extrema derecha con pactos en las instituciones. De momento, Ciudadanos afirma que responderá a todo esto la semana que hoy comienza; el PP manifiesta inquietud, y Colau y Vox aparentan cierta ansiedad. No es poco, aunque lo más probable es que en buena medida todo quede en amagos.

Porque los partidos tienen decidida la trazada estratégica por la que caminarán. Los socialistas piensan que al final llegarán a un acuerdo de gobierno con Podemos, el nacionalismo y regionalismo moderado y otras formaciones de izquierdas con representación parlamentaria. Pablo Casado hará todo los imaginable (y hasta imposible llegado el caso) para retener Madrid, aunque para ello lo tenga que compartir con Ciudadanos y Vox. Los separatistas catalanes no cesaran de generar ruido y espectáculo ahora que tienen a Puigdemont y Junqueras con votos suficientes para ser parlamentarios europeos y esperan quedarse con la Alcaldía de Barcelona. Y todo ello cuando aparece el rum rum de unas prontas elecciones en Cataluña.

Así pues, lo probable es que el PSOE acuerde con Ciudadanos en algunas autonomías y ayuntamientos que laven la cara de los segundos ante los más sustanciosos acuerdos que obtendrá con PP y Vox. De todas maneras, llama la atención lo modositos que se manifiestan los dirigentes de Vox (¿dejarán hacer pactos a la andaluza en el resto de España para facilitar las cosas a PP y Ciudadanos?) y el desamparo que arrastra Pablo Iglesias, convertido en realidad, en el líder de un partido de Madrid, ciudad desde la que divisa su derrota también en el resto de España.

Claro que si se ponen furiosos los dos partidos extremos no le saldrán las cuentas a nadie. Así que socialistas y populares (también Ciudadanos) tendrán que cargar con los radicales, aunque los últimos lo nieguen y los primeros lo sufran.

* Periodista