Estar con Pablo es estar en la poesía. Su voz hoy cruza el mar y habita latitudes extremadas en su ritmo geográfico, pero la poesía de Pablo es Córdoba. La real, la encendida. La sombreada por fiebres interiores, la habitada por rostros y por nombres, por cuerpos y tendones que dieron complexión a la ciudad, nervio de vida. Claro, es la Córdoba de Pablo. La Córdoba de Cántico. La Córdoba de aquel grupo de amigos que recorrieron su ruta de posguerra entre tabernas, abrazo de palabras y luz incandescente de oro vivo en los medios a medias. Luego, Pablo también fue Málaga, su gin-tonic de luz con la noche agitada en la frente perlada de la Dietrich, como un ángel azul con las piernas eléctricas devorando la noche. Autor del año 2018 para el Centro Andaluz de las Letras, Doctor Honoris Causa por la Universidad de Córdoba y la de Salamanca, celebrarlo es un regalo que nos hacemos a nosotros mismos, porque nunca es tarde si la dicha es Pablo. Pero ya se estaba celebrando su poesía, que es el mejor premio para quienes lo queremos y admiramos. Ahí está su obra en Visor: ábrela por la página que quieras, entra en ese mundo, habítalo. Es la realidad que se sumerge en su propia visión, en su aire y su delicadeza, con esa turbación de la belleza que es una armonía de vivir. Es el mundo completo de un poeta, con sus nombres a cuestas, sus historias y rezos ante el altar mayor de la poesía. Estamos ante un hombre, con su tensión y con una ideología de lo que la ciudad debiera ser, de lo que se ha dejado en el camino de su modernidad. Aunque algo permanece. Se presentan los nuevos libros de Matilde Cabello y Alejandro López Andrada, titulados De la luz y su origen y Los cielos del Báltico, y creo que también otros amigos seguirán recorriendo tabernas y antros nocturnos con ese mismo anhelo de intimismo y verdad. Dice Gimferrer que la Córdoba de Cántico es irrepetible. Pero queda ese poso de torres coronadas, con una juventud que da sentido a un mundo.

* Escritor