Hoy
Otro pobre
José Manuel Ballesteros Pastor
13/12/2018
Se sienta en un banco del parque, aprovechando el sol azul de la tarde de diciembre. Esta tarde puede disfrutar de un poco de calor gratis. Es un pobre, otro pobre. Lo sé porque solo lleva una pequeña maleta y mira solo hacia la lejanía de sí mismo. No es como otros, que tiran de su miseria en un carro repleto de toda la miseria que hurgan en los contenedores de basura, en las papeleras y en las sobras de bares y mercados. Este pobre tiene dignidad. Le calculo unos sesenta años; aunque la pobreza y el abandono pueden envejecer un rostro y una espalda en unas horas. Su pelo, entrecano, y su resignado silencio denotan un hombre que tuvo sueños y trabajo, pero lo perdió todo. ¿De dónde vendrá? ¿Qué fue de su infancia y de su juventud? ¿Tuvo familia, amigos? Paso a su lado. Este hombre se sentirá tan lejos, que no repara en mí. Pero yo sí reparo en él, porque me ha envuelto la soledad y la profunda tristeza que lo llevan sin horizonte. ¿Conservará alguna esperanza? Cuando vuelvo a pasar, veo que la luz se va por su frente. Entonces se levanta, tira de la pequeña maleta y sube a un lugar más alto del paseo, donde aún alumbra el sol. No tiene prisa, porque no posee nada, ni siquiera tiempo. Los árboles desmenuzan sus hojas amarillas y marrones sobre el barro. Juegan unos niños entre los columpios. Yo pienso qué habrá comido hoy ese hombre, dónde habrá comido; dónde durmió anoche, dónde dormirá; adónde irá cuando vuelvan las lluvias, cuando con la Navidad celebremos «la luz que la tiniebla no ha apagado». Este pobre, otro pobre, es un hombre, un ser humano, con toda la dignidad que le da poseer un alma hecha a imagen de Dios. Unos dirán que está purgando un karma; otros, que seguramente se merecerá su pobreza; muchos no dirán nada, porque ni lo han querido ver. Me es muy cómoda la tentación de culpar y escandalizarme de la corrupción de los ricos y de los poderosos. Entro en unos grandes almacenes. No necesito nada, pero voy a ver si me compro algo con lo que calmar mi melancolía. Sobre el parque pasa una brisa caldeada por el sol. En el leve revuelo que forma con las últimas hojas secas de los árboles y las últimas rosas de los jardines, me susurra unas palabras: «Dichosos los pobres y los que eligen ser pobres, porque estos tienen a Dios por rey».
* Escritor
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