No es sencillo opinar sobre Jesús de Nazaret en un mundo vacío de espiritualidad, en el marco de una sociedad materialista donde el egocentrismo y la barbarie marcan el discurrir de la vida cotidiana. Hablar de Jesús, mencionar solo su nombre, supone obtener por uno y otro lado, el norte y el sur, el este y el oeste, oleadas de críticas feroces e inquietantes. Hablar del asunto requiere valentía. Uno intuye que luego de opinar con libertad sobre el claro mensaje de Jesús de Nazaret sentirá en su costado el agrio soplo de esa brisa que se muestra irascible después de la tormenta, cuando el campo se queda inmutablemente solo, en una orfandad de silbos y murmullos. Duele hablar de la luz entre tanta oscuridad. Más de una vez he sentido en torno a mí el terco y hosco bramido de ese viento que, a veces, sucede al final de una tormenta por haber opinado acerca de un asunto que transciende la vida y roza lo paranormal cuando tocamos el tema de la fe. No obstante, no hay nada más dulce en ocasiones, por no decir siempre, que mostrar sin miedo alguno nuestro modo de ver y sentir la realidad de una manera genuina, heterodoxa, dando la espalda a tirios y troyanos.

Pienso en esto ahora mismo, tras haber bebido a sorbos un libro valiente, limpio, original, titulado El otro legado de Jesús, de Joaquín Riera, editado en Almuzara, que me ha hecho reflexionar más de la cuenta sobre la figura azul del Galileo, para mí un modelo de vida intemporal --aviso a navegantes--, cuyo hermoso mensaje y lumínica palabra siempre molestó a los ricos y los corruptos, a ese tipo de gente egoísta e insolidaria que, en cualquier tiempo y lugar, hoy más que nunca, sirviéndose de artimañas inconfesables, se aprovechó de las clases más humildes sin vergüenza o pudor cercenando su futuro. Las palabras del Galileo, aquel que vino a dar luz y esperanza a los desheredados de la tierra, a través de la historia fueron manipuladas y su modo poético y hermoso de nombrar, a través de parábolas, la esencia del amor, la entrega desinteresada a los que sufren, no fue interpretado de un modo literal, como explica Riera en El otro legado de Jesús aportando datos que vienen a confirmar lo que más de una vez habíamos sospechado. En el fondo, la historia del cristianismo contemplado a través de los siglos ha sido adulterada por intereses espurios e inconfesables que resultaría prolijo relatar. Lo que Riera nos muestra en su obra es la visión certera y audaz de la Carta de Santiago, quien según el autor --opinión controvertida, y, sin duda, sacrílega, para los creyentes-- fue hermano de Cristo y, tras la muerte del Maestro, se dedicó a transmitir sin ningún miedo el mensaje de éste dibujado en «un escrito --citamos palabras de Riera-- que contiene parénesis, esto es, exhortaciones o amonestaciones, algo que es singular en la literatura cristiana primitiva». Ahondando en la historia del cristianismo original uno ve, sorprendido, como el mensaje de Santiago, ceñido a la tradición judeocristiana, cerrado de entrada a conectar con los gentiles, choca con el de San Pablo, más abierto, dedicado a mostrar la palabra de Jesús a las clases más pobres y desfavorecidas, consiguiendo con ello universalizar la luz que la palabra celeste del Maestro encierra en su génesis, en su esencia salvadora. Por otro lado, al contrario, en la visión que ofrece San Pablo del mensaje de Jesús prevalece el sentido salvífico de la fe sobre los actos y los hechos del cristiano, mientras que Santiago opina de otro modo, dando más importancia a las obras que a la fe cimentada en la divinidad del Galileo, a la que el supuesto hermano del Maestro no alude en ningún momento de su carta.

Para aquellos que creen --creemos-- que Jesús es hijo de Dios no es fácil digerir algunos aspectos de la carta de Santiago, a mi modo de ver muy controvertidos. No obstante, al final, el legado de Jesús, el que interesa a todos los cristianos, es el que se sustenta en la palabra amor en su dimensión universal y unívoca. Esa fue la revolución del Galileo: el luchar por hacer el cielo aquí en la tierra, perdonando y amando incluso al enemigo. Quizá hoy más que nunca es necesario vindicar en este pútrido mundo que habitamos, donde vencen los zafios, los ladrones y los corruptos, la palabra abierta, lumínica, de Cristo, con el fin de acabar con las desigualdades que, a diario, fomentan y amparan, tristemente, aquellas personas aferradas al Poder, blanqueados sepulcros, que presumen de creyentes mientras en realidad adoran a Lucifer y al becerro de oro de un capitalismo fiero abonado por ellos, políticos bancarios.

* Escritor