Manchester, Estocolmo, Berlín, París... La lista de ciudades europeas golpeadas por el yihadismo en los últimos meses es larga. Ya sea con lobos solitarios que convierten en armas elementos cotidianos en nuestras vidas, como los camiones, o mediante terroristas suicidas apoyados por una red y capaces de fabricar potentes explosivos, el Estado Islámico (EI) ha lanzado la mayor oleada terrorista vivida nunca en Europa. Ante eso, sin embargo, y como si nada hubiera cambiado, los gobiernos europeos lo siguen fiando todo a la acción policial. Pero son los propios policías los que alertan de que con ellos no basta. Basada esencialmente en la capacidad del EI para contactar directamente a través de aplicaciones como Telegram con miles de aspirantes a yihadistas, una ofensiva de este calibre requiere un enfoque mucho más global. Un abordaje que, además de a las fuerzas de seguridad y los servicios de inteligencia, implique al sector educativo, asistencial, religioso... Es necesario poner en marcha un relato que desmonte las mentiras de los yihadistas. Hasta ahora, ellos son los únicos que han ofrecido algo -la glorificación religiosa a través del martirio- a miles de jóvenes europeos con problemas de identidad, que se sienten marginados y que tienen la impresión de que ante ellos no hay futuro. Hace falta un discurso nuevo que deje a los terroristas sin el caladero de voluntarios donde ahora lanzan sus redes.