Hace poco se publicaba un artículo sobre el arroz dorado firmado por dos científicos de la UCO. Como en la carta de los 100 premios Nobel, se acusa a las organizaciones ecologistas de no empatizar con quienes sufren carencia de vitamina A, que podría suplir ese arroz. Críticas a esa carta por personal científico es fácil de encontrar en internet. Pediría, como Richard Feynman, premio Nobel, pedía a la ciencia, «aclarar toda la información requerida para que otra persona inteligente pueda tomar una decisión» respecto a una tecnología.

No son las organizaciones ecologistas quienes han retrasado el cultivo y distribución del arroz dorado. También se oponen a otros transgénicos y se están produciendo y distribuyendo en grandes cantidades. Si el cultivo a gran escala del arroz dorado no se ha producido aún es porque agronómicamente no ha sido aceptable, no producía lo suficiente, se creó con una variedad de experimentación, no agrícola, y lo decía el instituto de mejora vegetal filipina encargado de su desarrollo.

No han concluido los estudios correspondientes de seguridad. Aun así, sin testarlo suficientemente en animales, se ha testado en personas. La investigadora responsable del estudio sobre niños mencionado en el artículo ha sido sancionada por no informar ni a sus padres ni a las autoridades. En el estudio los niños están sanos y tienen una dieta adecuada. La nutrición debe ser completa y adecuada para poder asimilar cualquier aporte extra de provitaminas, lo que no ocurre con quien sufre malnutrición. Por ejemplo sin lípidos suficiente no se puede sintetizar la vitamina A.

Es también falso que esas personas no dispongan de otras fuentes para obtener la vitamina A. No lo dicen las organizaciones ecologistas, lo dice la OMS. Repartir suplementos, enriquecer los alimentos que ya existen con vitamina A y permitir a la gente cultivar zanahorias, batatas, palma o ciertos vegetales de hoja suponen formas mucho más prometedoras de combatir la deficiencia de vitamina A que el arroz dorado.

Ecologistas en Acción empatiza con las personas que no cuentan con recursos suficientes y denuncia que las causas del hambre, la pobreza y otras carencias, como también han reconocido la FAO o la ONU, son estructurales y políticas, en muchos casos originadas por la agroindustria que gobierna el mundo. No tienen que ver con la ausencia de desarrollos tecnológicos.