D ice Timo Strandberg, un profesor de la Universidad de Helsinki, que llevar una dieta y un estilo de vida saludable no basta para combatir el estrés, que no hay como unas buenas vacaciones de al menos tres semanas. Es una pena que muchas personas no tengan esa posibilidad por falta de recursos o exceso de trabajo. Alejarse un mes al año de las preocupaciones debiera ser obligatorio.

El profesor Strandberg ha llegado a esta conclusión científica, tan de sentido común, tras un estudio desarrollado en Finlandia durante décadas sobre un grupo de hombres de negocios. Curiosamente, en el primer análisis del estudio, cuyo objetivo era comprobar las bondades de una dieta y estilo de vida saludable sobre la incidencia de enfermedades coronarias, no se observó ningún efecto positivo; al contrario, se detectaron más muertes en el grupo de individuos que seguían las recomendaciones sobre su día a día. Solo años después se descubrió que lo que marcaba la diferencia era el hecho de que los ejecutivos hubieran tenido al menos tres semanas de vacaciones.

Sin saberlo, yo he aguantado justo tres semanas entre la playa y Montilla, pero he decidido volver antes para ir haciendo el cuerpo al estrés que nos espera en este nuevo curso. Ni pensarlo quiero. Que sea lo que tenga que ser.

En realidad, no es el curso educativo lo que más preocupa, porque ese es ya bastante predecible a pesar de que cada septiembre hay estudiantes nuevos y un año más jóvenes que nosotros. Lo que de verdad me inquieta es el nuevo curso político. Vamos encaminados a una repetición de la reciente historia de Cataluña. Y veremos cómo lo llevamos esta vez. Algunos aún esperan que la oferta de diálogo surtirá efecto, pero yo siempre me he temido que eso no va a ser así. Los nacionalistas son independentistas, aunque en algunos momentos, por razones estratégicas, lo hayan enmascarado. Quienes gobiernan Cataluña en la actualidad lo tienen clarísimo y están empleando con absoluta libertad todas las herramientas que la democracia les ofrece, e incluso hasta el extremo de romper con las reglas del juego empleando todo tipo de argucias. Sus argumentos son su sueño, su voluntad para alcanzarlo y la fuerza, una fuerza legitimada a sus ojos por la parte de la sociedad que los apoya. No les tiembla el pulso al inventar la historia en sus propios intereses, o al reeducar a la sociedad para que crean ciegamente en su verdad. Hay un alto grado de decisión que abarca a políticos desde la extrema derecha hasta la extrema izquierda nacionalista catalana, pero también todos los sectores de la sociedad, empresarios, profesores y estudiantes, obreros, iglesia, intelectuales, periodistas. La tesis independentista es sostenida por esos dos millones de catalanes como un bloque. Sus acciones están sutilmente coordinadas, incluso las discrepancias. Para todos ellos, quienes no comulgan son unos fascistas y además no son catalanes: serán fascistas andaluces, madrileños o rusos. Y punto.

Lo que verdaderamente me inquieta de todo este asunto es nuestra reacción: aguantar, ofrecer diálogo a sabiendas de que no servirá para nada. Pero más que nada me preocupa el hecho de que mientras por un lado está un bloque perfectamente organizado en su objetivo, su discurso y estrategias, por nuestro lado, el lado de los ciudadanos españoles, que no españolistas, más bien con ganas de disolver los estados en una Europa más fuerte y estable; por este lado nuestro, digo, tenemos un gobierno inestable, débil, pugnando por la hegemonía de su partido, y una sociedad civil atolondrada, expectante, que aún no hemos comprendido la gravedad del momento.

No podemos dejar al gobierno la responsabilidad de mantener lo que somos como pueblo felizmente diverso. Deben surgir voces e iniciativas genuinas que den la réplica como sociedad de ciudadanos maduros e inteligentes a esa parte de catalanes independentistas de cuya convicción e inteligencia no cabe duda. No somos fascistas, los fascistas son ellos. Ya está bien de reírles la gracia.

* Profesor de la UCO