Me guío por las declaraciones de ese rancio ministro que tenía que salir de sus complejos de escolar y llegar arriba pero que no consigue emerger de su imaginario sombrero mejicano y sus incisivos notables, cuando se empeña en la risita. Y más vale que no ría porque nunca sabremos de qué, como nos pasa con las hienas. En determinados momentos uno piensa que saldrá corriendo para esconderse tras una pata de la mesa de la cocina. Resucita y se pavonea y hasta es capaz de hacer chistes terribles mientras nos revela la inmoralidad de sus procedimientos. Explicaba que lo de favorecer a tantos ladrones era conveniente para lograr parte de sus botines. Hasta aquí llegamos y, ahora, en nuevos balances y por conveniencias para nuestra patria hay que cambiar las leyes: cerraremos la permisividad y seremos estrictos. Nada de relajarse y abrir la mano porque ya salvamos a España y los españoles. Ahora, para hacer las cosas bien, para la grandeza o el crecimiento, vuelve a transformase en dios. Pero en un dios extraño, dependiente, que no puede serlo, retorcido cuando menos para la capacidad de comprensión de los hombres. Entonces abrimos la mano a los perversos y, pasado el mal tiempo, volvemos a apretar. Para eso somos el poder.

Historias que, porque los niños crecen, no se pueden contar en los colegios. El presidente es el gran dios callado que tiene memoria. Como dios, obedecido por los suyos aunque solo les hablara desde el plasma. También, claro, el que maneja los dineros sigue fielmente sin ocuparse de la necesaria distribución. Es como el patriarca que recibió la extraña orden por su voz: mata a tu hijo. Igual que entonces esta política: inventar un caudillo, envolverlo en valores e inhibirse en responsabilidades. Pero no puede haber un dios que ordene algo así. ¿Para qué? ¿Para hacer sufrir? ¿Para una mayor gloria innecesaria? ¡Menuda mentira! No sé si lo habrá, ni tampoco si no lo habrá pero, en cualquier caso, la petición es incongruente o impropia de cualquier padre. De niños nos lo tragamos pero, qué padre es ese, y más si conocía de antemano el corazón del patriarca. Raro personaje, por cierto, el tal Abrahán, que obedecía sin rechistar a semejante prueba, tan cruel como innecesaria.

Lo sabía, porque un economista conoce perfectamente las intenciones de los más ricos, lo que les conviene, lo que no y aquello fue un gesto inteligente para el mayor blanqueo de la historia. El blanqueo para los amigos y meter en la legalidad por la puerta falsa a numerosos compañeros de partido. Les ofreció el cuchillo para rasgar la bolsa millonaria, aliviar la presión para no reventarla, el gesto para la mayoría de los españoles. Ahora piensa diferente como un aprendiz del dios caprichoso que, además, sonríe a su gracia, su propia generosidad y gran ingenio.

El fin no justifica los medios, salvadores. Pero hay dichos viejos y populares que requieren bastante meditación y no siempre nos parecen acertados. El medio fue la bomba para acabar con la Gran Guerra. Una bomba sobre la ciudad cuando todos dormían. Tan terrible, que todo se detuvo, hasta el mal paró. Pienso que no cabía imaginar nada peor y fue un colapso, una perplejidad universal porque ya no cabía nada peor. El medio de pagar algo, que era más que nada, fue una idea del hombre tímido que bajo el gran sombrero oculta su sonrisa turbia , quizá vergonzosa por consciente, y el asomo de sus incisivos. Y ahora vamos a hacerlo de otro modo porque sé lo que conviene a España y los españoles. Como cuando interesó empobrecerlos, quitarles de su educación, su sanidad... El momento es otro y la moral ha de cambiarse. Abre su manga y la estrecha por nuestro bien: concede o no concede por el dinero de los mismos, que es de ellos y no van a dejar de tenerlo. Sabe lo que nos conviene a todos aunque acaben de contradecirlo en Europa.

* Profesor