Cuando los membrillos terminan de dorarse y llega la fiesta de san Miguel, celebramos tradicionalmente lo que llamamos veranillo del membrillo o del santo arcángel. Pero será que anda uno corto de memoria o que realmente cada año superamos las medias de temperatura y tenemos un calor que agota y se hace ya más cuesta arriba que nunca. Sin duda nos hubiese gustado un otoño más recogido, más fresquito, más preparado para la siembra, más para mirarnos en nuestros proyectos y afanarnos en nuestras metas, más sosegado. Pero estamos en la que algunos han denominado ya como «veroño», que es una especie de castigo veraniego o verano prolongado que hace del otoño una quimera.

Y no solo viene caliente el otoño en lo climático, sino también en lo político. Con la escenificación teatralizada de un desencuentro en Andalucía, anunciado ya antes del verano en algunos círculos, para alimentar la estrategia electoral, dando paso a unas elecciones que más pronto que tarde medirán la hegemonía de líderes y proyectos en nuestra tierra. Pero más que caliente, a nivel de política estatal, yo diría que hasta resulta basuriento y nauseabundo este dislate de navajeo personal al que asistimos día sí y día también a cuenta de mil historias que poco o nada tienen que ver con el futuro de este país y con la solución real de sus problemas. En lugar de sentarse unos y otros a solucionar un sistema de pensiones inviable a pocos años, que pone en jaque el bienestar de millones de personas; en vez de consolidar una reforma del sistema de abastecimiento eléctrico que deje de robar a la sociedad en su conjunto con un encarecimiento desmedido, unos cánones salvajes y un IVA que habría que reducir a artículo de primera necesidad; en vez de acometer medidas decididas de conciliación de la vida familiar y de potenciación de la natalidad que ponga freno al envejecimiento tremendo de nuestra población; en vez de articular políticas que sirvan para terminar con la situación estructural de desempleo en nuestro país o de mejora de la productividad ante el vendaval económico que se avecina; en lugar de un debate sereno sobre la reforma constitucional, la política territorial o educativa, nuestros responsables públicos dedican, en las instancias nacionales, todos sus esfuerzos en derribarse unos a otros ante la mirada incrédula del personal.

No es bueno que quienes tienen que estar en el lado de las soluciones, se conviertan en el centro de los problemas. Llevamos ya muchos años con estas dinámicas perversas, que centran el sistema no del lado de la democracia sino del sectarismo y la partitocracia que secuestra las instituciones y la voluntad de los ciudadanos que, créanme, están por medidas de encuentro y soluciones para un futuro mejor, y no para tanto serial cutre y zafio con el que nos desayunamos cada día. España tiene gente mucho mejor que esto. No nos lo merecemos.

* Abogado y mediador