Desde mi fe, camino de dudas, esta madrugada me dirigí a ese Dios que no comprendo pero cuyas huellas descubro, cuando vuelvo la vista atrás en mi difícil caminar, y le formulé mi particular oración. Y la repito para todos, ya que esta pandemia que nos azota ha hecho visibles la situación de muchos mayores, y a mi me conmueven, tanto los que han muerto como los que no, pero que sus limitaciones son objeto de muchas controversias: Padre mío que estás en los cielos: en este día, atardecer ya de nuestras vidas, en este día en el que la enfermedad, la muerte nos acecha como sus mejores presas, quiero pedirte el pan que más necesitamos. Tú que siempre de la mano de nuestros padres no lo diste, sé generoso en esta hora de orfandad, y soledad y escucha nuestros ruegos: no permitas que los años, las circunstancias nos hagan insensibles, egoístas a la realidad presente de nuestro mundo, hoy. Solos o en residencias, en sillas de ruedas o arrastrando pasos, cargados de dolores y tantas cosas queremos prolongar, hasta dónde nos sea posible llegar, el mensaje que por experiencia conservamos: la esperanza. Sí, mientras nos quede un hálito de vida seguir siendo referencia de paciencia, trabajo, moderación, servicio, ejemplo vivo de lo que fueron nuestros padres, y también nosotros tras aquella cruel guerra civil donde perdimos tantos seres queridos, pasamos hambre, enfermedades, miseria..., pero la luz de un mañana nos alentaba y guiaba. Por eso desde nuestra nada que somos hoy, queremos pedirte ‘pan’ de ilusión, sensatez, paciencia, esperanza para este mundo que ha paralizado proyectos de jóvenes, economía de padres de familia, esperanzas y sueños de todos. Esta pobre humanidad busca culpables y remedios, sin caer en la cuenta de que gran parte de culpables somos nosotros mismos, y los remedios están en manos de la ciencia que no es un dios sino hombres. Dale, Dios, un bocado de sabiduría .

* Maestra y escritora.