Hay variopintas y fundamentadas definiciones del concepto política, pero tal vez por ser una realidad cotidiana en las democracias, en cuanto a su análisis y puesta en valor, a veces no caemos en la cuenta que como todo en la vida su mal uso o su mala concepción puede desvirtuarla de tal manera que al final se simplifique y deteriore de tal forma que lleguemos solo a creernos que la política es cualquier cosa que proponga un partido político, ya sea en su programa electoral o como declaración espontánea de sus líderes. Para volver a la realidad, la política en resumidas cuentas y desde un punto de vista provechoso para los ciudadanos debe ser una actividad orientada en forma ideológica a la toma de decisiones de un grupo para alcanzar ciertos objetivos. La ideología y los objetivos son los átomos fundamentales para que se produzca el oxígeno del progreso. O dicho de otra manera, la primera es el huevo y los segundos la gallina. Aunque algunos políticos solo quieren la gallina y si es de los huevos de oro mejor. El método para que los ciudadanos de a pie podamos comprobar si una propuesta política tiene ideología y objetivos no es la demagogia, sino la experimentación y el análisis. Veamos la realidad. Pablo Iglesias hunde las audiencias televisivas a su vuelta de la baja paternal.

El dirigente, que hace cuatro años reunía a cinco millones de personas delante del televisor, ya no genera interés. Aunque también podríamos analizar el último barómetro del CIS, donde los resultados vuelven a poner el dedo el dedo en la llaga del desinterés, o quizá del desencanto, o tal vez de la desconfianza. Pues todo viene a demostrar que una posible ideología no puede basar sus objetivos en el simple ejercicio de decir lo que los demás quieren escuchar y en un momento determinado de crisis. Esto siempre suena a oportunismo. Aunque la teoría también sirve para cualquier partido que lo practique, esto es, el oportunismo ideológico.

* Mediador y coach