La orden del Ministerio italiano de Transportes de que se abra el puerto de Lampedusa al Open Arms para que puedan desembarcar los 134 migrantes que siguen a bordo quizá desbloquee la situación, pero fractura al Gobierno de Giuseppe Conte de una forma poco menos que irreversible porque, al mismo tiempo, Matteo Salvini, ministro del Interior, sigue negándose a firmar la autorización. Acaso sea este el contexto perseguido por Salvini para precipitar a partir del día 20 el colapso de la coalición con el Movimiento 5 Estrellas y lograr así el adelanto electoral, porque todas las encuestas pronostican una victoria de La Liga y la previsible crudeza de la campaña permitirá a la extrema derecha seguir fijando la agenda política ante el estupor de las instituciones europeas, reiteradamente ninguneadas por el líder ultra. En cualquier caso, el comportamiento de Salvini en la crisis del Open Arms es, por lo menos, obsceno, al desentenderse de la situación crítica de seres humanos extremadamente vulnerables de los que están dispuestos a hacerse cargo seis países de la Unión Europea sin coste alguno para Italia. Y lo es en última instancia porque atenta contra la más elemental decencia, aquella que lleva a anteponer los derechos humanos a cualquier cálculo electoral. Algo que los socios europeos deberían examinar y en su caso sancionar para evitar que estos comportamientos se conviertan en algo habitual y degraden la política.